Sentado en el Himalaya, el Rakasha hacía penitencia entre cinco fuegos.
Cuatro había encendido a su alrededor para calentar la roca deslumbrante sobre la que se sentaba; el quinto era el impiadoso sol por encima suyo.
Ravana era el hijo del Rishi Visvravas, quien era a su vez nieto del propio Brahma.
El magnífico Ravana, de diez cabezas, adoraba, sentado, al Dios Siva.
Mas aún cuando permaneció sentado por mil años, Siva no apareció ante él.
Perdiendo un día la paciencia, el Demonio tomó su espada, cortó una de sus diez cabezas y, cantando el nombre de Siva, la arrojó al fuego. Aún así, el Señor no vino a él.
Otros mil años pasaron, Ravana segó otra cabeza y alimentó al fuego con ella. Pero incluso así, Siva no apareció.
Ravana no se amedrentó. En nueve mil años, el Rakasha cortó nueve de sus cabezas y alimentó a Agni con ellas. Pero no había señal de Siva.
Cuando hubieron pasado diez mil años de perfecta adoración, Ravana tomó su espada nuevamente: para esta vez cortar de un tajo su décima y última cabeza, y poner así fin a sí mismo.
De pronto sus ojos fueron cegados por una luz tal como nunca antes hubiese visto.
En el corazón mismo del fulgor se alzaba Siva, el Dios de Dioses, sonriendo a su fiero devoto.
Levantando su mano en bendición sobre el Rakasha, Siva dijo: "Pide por cualquier don que desees."
Ravana pidió por fuerza tal que ninguna otra criatura en el universo poseyese. Después de la ofrenda de nueve cabezas, Siva no podía rehusarse.
Restauró las cabezas del Rakasha y le otorgó la fuerza que un día lo haría amo de la tierra.
Pero Ravana no estaba satisfecho con sólo un don.
Retomó su fervorosa penitencia, ahora en nombre de su propio bisabuelo: Brahma, el Creador.
Pasados cien años, también Brahma, el de los cuatro rostros, iridiscente, se presentó frente al Demonio.
"¿Qué don deseas, Ravana? Pídeme cualquier cosa."
El tapasya de Ravana había sido tan notable que podría haber pedido por moksha, la iluminación. Pero siendo un Rakasha, dijo:
"Siva ya me ha concedido fuerza ilimitada. Pitama, ¡hazme inmortal!"
Brahma replicó: "No puedo conceder la inmortalidad a nada de lo creado. Pide por otro don."
Ravana lo pensó por un momento. Luego, astutamente, dijo: "Entonces bendíceme con que nunca encuentre la muerte a manos de un Deva, Danava, Daitya, Asura, Rakasha, Gandharva, Kinnarva, Charana, Siddha o cualquiera de los seres divinos o demoníacos del cielo y la tierra."
Con un suspiro, sabiendo cuales serían las consecuencias de este don, Brahma dijo: "Que así sea", y desapareció.
El rugido triunfal de Ravana resonó a través del mundo. El Himalaya se estremeció; el mar se elevó en olas escarpadas y se estrelló contra las costas de Bharatavarsha.
Es claro, el Rakasha había pensado que estaba por debajo de su dignidad pedir por invencibilidad contra la insignificante raza de los hombres.
Puesto que, ¿cuál hombre mortal podría albergar esperanza de amenazar la vida de Ravana, el pavoroso? Tenía la certeza que ahora ya era inmortal.
Y raudamente, gracias a sus dos dones, el Demonio se tornó soberano de todo cuanto su vista abarcase.
Por largas eras reinó, mientras la oscuridad se extendía...
'The Demon's boons'
The Ramayana
Retold by: Ramesh Menon
ed: North Point Press (2003)
versión: Ricardo Messina
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