martes, 21 de octubre de 2025

un viaje por el río

 




2 de julio

Palacio de la Claridad Suprema.

Montes Nevados

(Por la noche aparecieron miles de luces extrañas.)


(...)


Del 16 al 20 de julio

Monte Mayor E.

Monte Medio E.

Monte Menor E.


Su T'ung-po escribió:

«¿Recuerdas aquel día, de laderas escarpadas y sinuosas, el camino largo, todos cansados, los burros rengos rebuznando?».


(...)


31 de julio

Quiosco del mirador de la Luna.

Gruta del Jade Susurrante.

(Toda la vida me ha obsesionado buscar lo que está oculto.)


(...)


15 de agosto

(El río sigue creciendo.)

(Remolinos.)

(Éste es el lugar más peligroso del mundo.)

(Confié todo a la naturaleza y no hice preguntas.)


(...)


27 de agosto

Pabellón del Máximo Júbilo

(Nadie sabe cuántas montañas hay aquí. Desaparecen en la bruma, y las abultadas nubes son interminables. Solo se puede anhelar volver a casa.)









de 'Un viaje por el río YangTsé [1177]' (fragmentos)

en "Ensayos elementales"

Eliot Weinberger

trad. Aurelio Major

ed. Anagrama (2025)

domingo, 19 de octubre de 2025

excesiva penumbra

 





   En el momento en que todavía no llega la luz inmortal ni hay excesiva penumbra, sino que a la noche se mezcla una ligera claridad –lo que llaman media luz los que se despiertan–, entonces alcanzaron el puerto de Tinias, fatigados por su mucho esfuerzo, y echaron pie a tierra.

   Y el hijo de Leto, que ascendía desde la lejana Licia hacia el pueblo infinito de los hombres hiperbóreos, se les apareció. Dorados bucles, arracimados a uno y otro lado de sus mejillas, se agitaban a su paso. En la mano izquierda llevaba el arco de plata, y a su espalda colgaba de sus hombros la aljaba. Bajo sus pies se agitaba la isla entera, y chascaban las olas contra la tierra firme. Al vislumbrarlo se apoderó de ellos un incontenible pasmo (thámbos amēchanon), y ninguno se atrevió a mirar de frente hacia los hermosos ojos del dios, y se pararon bajando la vista hacia el suelo. Mientras él, lejos, marchaba por el aire hacia el alta mar.










de 'El viaje de los argonautas' (fragmento)

Apolonio de Rodas

trad. Carlos García Gual

ed. Alianza (1987)

miércoles, 9 de julio de 2025

por largas eras

 




Sentado en el Himalaya, el Rakasha hacía penitencia entre cinco fuegos. 

Cuatro había encendido a su alrededor para calentar la roca deslumbrante sobre la que se sentaba; el quinto era el impiadoso sol por encima suyo. 

Ravana era el hijo del Rishi Visvravas, quien era a su vez nieto del propio Brahma.

El magnífico Ravana, de diez cabezas, adoraba, sentado, al Dios Siva. 

Mas aún cuando permaneció sentado por mil años, Siva no apareció ante él.

Perdiendo un día la paciencia, el Demonio tomó su espada, cortó una de sus diez cabezas y, cantando el nombre de Siva, la arrojó al fuego. Aún así, el Señor no vino a él. 

Otros mil años pasaron, Ravana segó otra cabeza y alimentó al fuego con ella. Pero incluso así, Siva no apareció. 

Ravana no se amedrentó. En nueve mil años, el Rakasha cortó nueve de sus cabezas y alimentó a Agni con ellas. Pero no había señal de Siva.

Cuando hubieron pasado diez mil años de perfecta adoración, Ravana tomó su espada nuevamente: para esta vez cortar de un tajo su décima y última cabeza, y poner así fin a sí mismo. 

De pronto sus ojos fueron cegados por una luz tal como nunca antes hubiese visto. 

En el corazón mismo del fulgor se alzaba Siva, el Dios de Dioses, sonriendo a su fiero devoto.

Levantando su mano en bendición sobre el Rakasha, Siva dijo: "Pide por cualquier don que desees."

Ravana pidió por fuerza tal que ninguna otra criatura en el universo poseyese. Después de la ofrenda de nueve cabezas, Siva no podía rehusarse.

Restauró las cabezas del Rakasha y le otorgó la fuerza que un día lo haría amo de la tierra. 

Pero Ravana no estaba satisfecho con sólo un don. 

Retomó su fervorosa penitencia, ahora en nombre de su propio bisabuelo: Brahma, el Creador. 

Pasados cien años, también Brahma, el de los cuatro rostros, iridiscente, se presentó frente al Demonio.

"¿Qué don deseas, Ravana? Pídeme cualquier cosa."

El tapasya de Ravana había sido tan notable que podría haber pedido por moksha, la iluminación. Pero siendo un Rakasha, dijo: 

"Siva ya me ha concedido fuerza ilimitada. Pitama, ¡hazme inmortal!"

Brahma replicó: "No puedo conceder la inmortalidad a nada de lo creado. Pide por otro don."

Ravana lo pensó por un momento. Luego, astutamente, dijo: "Entonces bendíceme con que nunca encuentre la muerte a manos de un Deva, Danava, Daitya, Asura, Rakasha, Gandharva, Kinnarva, Charana, Siddha o cualquiera de los seres divinos o demoníacos del cielo y la tierra."

Con un suspiro, sabiendo cuales serían las consecuencias de este don, Brahma dijo: "Que así sea", y desapareció. 

El rugido triunfal de Ravana resonó a través del mundo. El Himalaya se estremeció; el mar se elevó en olas escarpadas y se estrelló contra las costas de Bharatavarsha.

Es claro, el Rakasha había pensado que estaba por debajo de su dignidad pedir por invencibilidad contra la insignificante raza de los hombres. 

Puesto que, ¿cuál hombre mortal podría albergar esperanza de amenazar la vida de Ravana, el pavoroso? Tenía la certeza que ahora ya era inmortal. 

Y raudamente, gracias a sus dos dones, el Demonio se tornó soberano de todo cuanto su vista abarcase.

Por largas eras reinó, mientras la oscuridad se extendía...







'The Demon's boons'

The Ramayana

Retold by: Ramesh Menon

ed: North Point Press (2003)


versión: Ricardo Messina


 

sábado, 28 de junio de 2025

con un gesto








con un gesto detengo los tres perros


alevinos pausan a la luz


enramado de sombras el estanque
















de la 'suite serrana' 

(inédito)

Ricardo Messina

miércoles, 25 de junio de 2025

almizcle puro

 





   Y Salomón enarenó él mismo la hoja con oro en polvo, y la dobló.

   Luego dijo: «¿Dónde está el Genni del Tesoro?»

   Y el Genni en cuestión acudió, diciendo: «Estoy aquí, entre tus manos. Ordena y obedezco.»

   Y Salomón se volvió hacia este Genni y dijo: «Oh Guardián del Tesoro, tráeme un grano de almizcle puro y áloe oloroso.»

   Y, en el instante más próximo, esta orden se convirtió en realidad. 

   Y Salomón tomó su temible sello talismánico, dueño de todos los seres que andan, que vuelan o que nadan. Y, con el dedo testificador de su mano izquierda, selló, con el sello, la hoja de palmera con una mezcla de almizcle puro y áloe oloroso.


*


   Entonces llamó él mismo a la Abubilla, con una llamada, diciendo: «¡Oh Hud-Hud!»

   Y la Abubilla Yafur desprendió de sus labios el sello del silencio y dijo: «¡Oh mi Señor!»

   Y Salomón, satisfecho de su obra escrita, sonrió.

   Y tendió al Pájaro mágico la hoja sellada y dijo: «Toma esta carta ilustre. Y que, sin demora, toque lo que debe tocar.»

   Y la Abubilla tomó de las manos de su señor la carta sellada con el sello temible constituido por seis líneas iguales que se cortaban en seis segmentos iguales, formando seis ángulos con las puntas dirigidas hacia lo invisible, y en los que seis nombres terribles estaban inscritos en caracteres siríacos, mientras que un séptimo nombre estaba en el centro y no podía ser descifrado más que por las gentes del Más Allá.

   Y besó la carta y se tocó la frente con ella. Luego se la sujetó al cuello y partió, centella entre centellas, en sus alas y la ebriedad del aire. 









de "La Reina de Saba" (fragmento)

trad. J..-C. Mardrus

versión Esteve Serra

ed. José J. de Olañeta (1992)