Y Salomón enarenó él mismo la hoja con oro en polvo, y la dobló.
Luego dijo: «¿Dónde está el Genni del Tesoro?»
Y el Genni en cuestión acudió, diciendo: «Estoy aquí, entre tus manos. Ordena y obedezco.»
Y Salomón se volvió hacia este Genni y dijo: «Oh Guardián del Tesoro, tráeme un grano de almizcle puro y áloe oloroso.»
Y, en el instante más próximo, esta orden se convirtió en realidad.
Y Salomón tomó su temible sello talismánico, dueño de todos los seres que andan, que vuelan o que nadan. Y, con el dedo testificador de su mano izquierda, selló, con el sello, la hoja de palmera con una mezcla de almizcle puro y áloe oloroso.
*
Entonces llamó él mismo a la Abubilla, con una llamada, diciendo: «¡Oh Hud-Hud!»
Y la Abubilla Yafur desprendió de sus labios el sello del silencio y dijo: «¡Oh mi Señor!»
Y Salomón, satisfecho de su obra escrita, sonrió.
Y tendió al Pájaro mágico la hoja sellada y dijo: «Toma esta carta ilustre. Y que, sin demora, toque lo que debe tocar.»
Y la Abubilla tomó de las manos de su señor la carta sellada con el sello temible constituido por seis líneas iguales que se cortaban en seis segmentos iguales, formando seis ángulos con las puntas dirigidas hacia lo invisible, y en los que seis nombres terribles estaban inscritos en caracteres siríacos, mientras que un séptimo nombre estaba en el centro y no podía ser descifrado más que por las gentes del Más Allá.
Y besó la carta y se tocó la frente con ella. Luego se la sujetó al cuello y partió, centella entre centellas, en sus alas y la ebriedad del aire.
de "La Reina de Saba" (fragmento)
trad. J..-C. Mardrus
versión Esteve Serra
ed. José J. de Olañeta (1992)
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