Amo a la tormenta que precede a la vida misma en el cielo –que fractura la materia. Amo esa música primaria, perturbadora, “sorprendente” –como amo todos los cantos innumerables de los pájaros, todos los resurgimientos de los torbellinos estelares en los oleajes, en los ramajes, en las mismas lluvias. Porque la tormenta tiembla, porque se disloca, la tormenta piensa antes de que la naturaleza exista. El cielo entonces “premedita” su propio tiempo y lo dispensa en su noche por así decir nueva, densa, inmediata y grávida. La fulguración pone en cortocircuito el tiempo e ilumina la extensión celeste a la que se expande. Keraunos es el desgarramiento del mundo. Destellos de luz que son otros tantos fragmentos de una contemplación imprevisible por ninguna mirada, antes de toda animalidad. Meteoros que estuvieron en la oscuridad entre los planetas que erran y las galaxias que explotan y las estrellas que arden.
de 'Mentior' (fragmento)
en "El niño de Ingolstadt"
Pascal Quignard
trad. Silvio Mattoni
ed. El cuenco de plata (2022)
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