El olivo, de hojas amargas, consagrado también a Minerva, en realidad acoge en sí muchos influjos. Así lo describe D´Annunzio:
Esbeltas hojas, delgadas ramas, hueco
tronco, torcidas barbas, pequeño fruto,
eso es, ¡y un numen inefable resplandece
en su palidez!
Se ha perdido la memoria de las variedades de aceite. El de olivas no maduras servía para las unciones que en la antigüedad confortaban y defendían el cuerpo, para los enjuages que reafirmaban los dientes, para las purgas blandas. El de olivas silvestres detenía los sudores, eliminaba el dolor de cabeza y depuraba la piel, especialmente si se hacía blanquear. El aceite sicionio, cocido lentamente en un vaso de estaño, calentaba, calmaba la fiebre, sanaba los nervios. Los cólicos se curaban con aceite mezclado con vino de Creta. De las bayas del solar laurel se extraía el aceite laurino, muy amargo y acre, que abría las venas, eliminaba todo tipo de cansancio, cualquier dolor de riñones de frío, cualquier mal nervioso.
de 'Sol' (fragmento)
del capítulo 'Septenario'
en "Una Introducción a la Alquimia -
Las Maravillas de la Naturaleza"
Ellemire Zola
trad. José María Pinto
ed. Paidós (2003)
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