martes, 3 de enero de 2017

dignas de amistad






   Aparte de esa idea casi fija, don Isaías era gran aficionado a las estrellas. La noche, luego del largo día de trabajo, se las traía, las dejaba encima de su casa, era para él un regocijo quedarse observando, a veces durante horas y por tiempo despejado, esas visitas tan dignas de amistad. Disponía en los fondos de una especie de palomar que en mi recuerdo y a medida que recorro el mundo ha ido cobrando la forma de un torreón al que siempre conocí derrumbado en parte por un rayo. En esa pieza que, mirada desde el camino real, podía también recordar a un carromato de gitanos empantanado o a la habitación de un anacoreta, se pasaba horas averiguando el cielo (...)
   Noches que eran del verano eterno. Esa energía infinitamente generosa solía disponer en sus manos de persona de escaso dormir una interrogación que iba y venía, que no por encarnar en hombre desvelado, dejaba de convertirse, también ella, en desvelada respuesta.
   Horas tan poco sólidas en que el campo se remansaba y las estrellas, una a una, entraban en el rudimentario telescopio tendido hacia la oscuridad como una mesa de banquete. 
   Como los nombres de esas estrellas le eran desconocidos, los reemplazaba por los para él más familiares de sus hijas, de su mujer, de su anciana madre política, de sus amigos más íntimos. Digo: las nombraba pero también digo que como en las antiguas cosmogonías hacían unos seres destinados a los trabajos del cielo, las invocaba con precauciones infinitas, las iba atrayendo hacia él con el mismo rigor con que atendemos los rasgos de la cara de una persona querida.
















Arnaldo Calveyra (1929-2015)
'El origen de la luz' (fragmento)
en "El origen de la luz"
ed. Sudamericana (2004)

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