(...) De pronto las vieron bien, al doblar un recodo, en la distancia, y les dio un vuelco el corazón. Eufemo soltó a la paloma para que saliera impulsada con sus alas, y ellos todos alzaron sus cabezas prestando atención.
La paloma voló a través de las rocas. Estas de golpe una contra otra, de frente ambas, se estrellaron entrechocando. Se alzó una gran ola, estrujada hacia arriba, como una nube. Chirrió el mar terriblemente, y por todas partes a su alrededor resonó el gran éter. Las cóncavas cavernas bajo los ásperos escollos mugían al rechocar el mar en su interior. Y la espuma blanca de la ola salpicaba por encima los arenosos ribazos. La corriente hizo dar vueltas a la nave. Las rocas rozaron las plumas salientes de la cola de la paloma, pero ella escapó indemne, mientras los remeros daban grandes gritos de triunfo. Les gritó sus órdenes Tifis de que remaran con fuerza. Pues de nuevo las rocas se apartaban. Al tiempo que avanzaban les azuzaba el temor, mientras que la pleamar, levantándose de nuevo, los introducía entre las rocas; entonces se apoderó de todos una angustia muy horrorosa, pues sobre su cabeza se cernía el oleaje como una muerte ineluctable. Ya por aquí y por allí se veía el amplio Ponto, y ante ellos, de improviso, se alzó una gran ola sinuosa, semejante a un quebrado acantilado. Al verla se encogieron con sus cabezas inclinadas, pues les parecía que al caer sobre toda la nave la sepultaría, pero se apresuró Tifis a desviarla, firme en el timón. La ola rodó tremenda bajo la quilla, pero luego por la proa levantó hacia adelante la nave lejos de las rocas y la llevó en alto durante algún tiempo. Eufemo, avanzando, gritaba a todos sus compañeros que hincaran la pala de sus remos con toda su fuerza. Ellos, al grito de ¡alalá!, golpeaban el agua. Pero todo lo que avanzaba la nave a impulso de sus remos, volvía a retroceder y el doble, y se combaban las astas de los remos como curvos arcos, por la fuerza que hacían los héroes.
Entonces, de pronto, a sus pies se alzó una ola y la nave salió despedida a efectos de su violento empuje, volteando como un cilindro hacia adelante sobre el cóncavo mar. El remolinante curso los arrastró entre las Chocantes. Zumbaron las rocas al avanzar a sus costados. Y el maderamen del navío quedó aprisionado entre ellas. (...)
Canto segundo (fragmento)
de "El viaje de los Argonautas"
Apolonio de Rodas (295-216 a. C.)
trad. Carlos García Gual
ed. Alianza (1987)
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