Cuando el mundo se acaba, se acaba de manera ligeramente distinta para cada una de las almas que entonces están vivas para verlo; el final no llega de una vez, sino que pasa y vuelve a pasar por el mundo como los escalofríos que pasan por la piel de un caballo. La llegada del fin quizás al principio sólo levantara y sacudiera un condado, un barrio y no los de alrededor; podría encresparse sensiblemente bajo los pies de estos fieles que van a la iglesia y no de aquellos que acuden a la taberna en la misma calle, hacer pedazos la paz de esta calle, de esta familia, de esta niña de esta familia que en ese momento levanta la mirada de las tiras cómicas del domingo y sabe con absoluta certeza que nada volverá a ser igual.
Pero aunque el mundo se acaba para algunos más pronto que para otros, cada uno de los que pasa por eso –o eso pasa por ellos– podrá mirar atrás y saber que ha pasado del viejo mundo al nuevo, en el que quiera o no quiera ha de morir: lo sabrá aun cuando a su alrededor sus vecinos sigan viviendo en el viejo mundo, entre sus viejos consuelos y sus viejos temores. Y esa será la prueba: que en los rostros de sus semejantes verá que ellos se han quedado atrás, sabrá por cómo lo miran que ha pasado vivo al otro lado.
John Crowley
'Uno' (fragmento)
en "Dæmonomania"
trad. Marta Heras
ed. Minotauro (2003)
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