(...) No oiría, como en los senderos del Oberland, el armonioso murmullo de la vida en el gran silencio de la montaña, sino, a lo lejos, los sordos golpes del martillo pilón y, bajo sus pies, las sofocadas detonaciones de la pólvora. Se diría que el suelo estuviera sembrado de máquinas como los fosos de un teatro, que las gigantescas rocas estuvieran huecas y fueran a hundirse, de un momento a otro, en misteriosos abismos.
Los caminos, cubiertos de cenizas y de coque, se enrollan a los flancos de las montañas. Bajo las matas de hierbas amarillentas, montoncitos de escorias brillan con todos los colores del prisma como ojos de basilisco. Aquí y allá, un viejo pozo minero abandonado, deformado por las lluvias y deshonrado por las zarzas, abre sus grandes fauces como el cráter de un volcán extinto. El aire, cargado de humo, pesa como un manto oscuro sobre la tierra. Ni un pájaro lo atraviesa. Hasta los mismos insectos parecen huirlo. Y no hay memoria de que se haya visto nunca una mariposa surcarlo.
de 'La ciudad del acero' (fragmento)
en "Los quinientos millones de la Begun"
Jules Verne
trad. Miguel Salabert
ed. Alianza (1982)
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