sábado, 2 de abril de 2022

desayuno (oneiros XXXIII)

 



Una tradición popular desaconseja contar los sueños a la mañana en ayunas. En ese estado, el que acaba de despertar permanece bajo el influjo del sueño. El lavado sólo saca a la luz la superficie del cuerpo y sus funciones motoras visibles mientras que en las capas más profundas la gris aurora onírica persevera durante la ablución matinal, incluso se afianza en la soledad de la primera hora de vigilia. El que rehúye al contacto con el día, ya sea por timidez o para resguardar su intimidad, prefiere no comer y rechaza el desayuno. Así evita la ruptura entre el mundo nocturno y el diurno. Una precaución que sólo se justifica incinerando el sueño en el concentrado trabajo matinal, cuando no en el rezo, pues de lo contrario lleva a una confusión de los ritmos vitales. En este estado, informar sobre los sueños resulta fatídico, porque el hombre, confabulado aún a medias con el mundo onírico, lo delata con sus palabras y debe atenerse a su venganza. Dicho en términos más modernos: se traiciona a sí mismo. Se ha emancipado de la protección de su soñadora ingenuidad y, al tocar su historia onírica sin dominarla, queda expuesto. Pues recién desde la otra orilla, desde la claridad del día, se puede interpelar al sueño desde la preponderancia del recuerdo. Este más allá del sueño sólo puede alcanzarse en una ablución que es análoga al lavado, pero completamente distinta a él. Pasa por el estómago. El que está en ayunas habla del sueño como si hablara dormido. 










de 'Sala de desayuno'

en "Calle de mano única"

Walter Benjamin

trad. Ariel Magnus

ed. El cuenco de plata (2021)


No hay comentarios:

Publicar un comentario