Puede ser que una flor se abra, que una
espiga crezca vertical y separada de las
otras.
Igual que una forma que no puede
perseguirse, igual que un sonido difícil
de guardar.
Y el texto se levanta luminoso,
inmóvil y solitario. Imposible de urdirse en la
trama de ninguna melodía.
Y en ese desolado paisaje, el espíritu
no encuentra nada que pueda responderle.
El pensamiento, irrefrenable, vaga confuso
y perdido.
La montaña centellea cuando sus
rocas contienen jade. El agua resplandece
cuando la corriente arrastra perlas.
Cardos y abrojos no deben ser cortados
si anidan en ellos las aves hermosas.
Lu Ji (261-303 d.n.e.)
fragmento de 'Cardos y abrojos'
en "Wen fu - Prosopoema del arte
de la escritura"
trad. Pilar Gonzáles España
ed. Cátedra (2010)
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