Había recibido la orden real de visitar a los soberanos de mi país.
La invitación estaba escrita con letras doradas en relieve, enmarcadas con una orla. Tenía también rosas y golondrinas.
Fui a buscar mi automóvil; pero mi chofer, que no tiene el menor sentido práctico, acababa de enterrarlo.
–Lo he hecho para que salgan setas –me dijo–. No hay nada que les vaya mejor.
–El coñac –dije yo–; eres un perfecto idiota. Has estropeado mi automóvil.
Así que, como había quedado totalmente inservible, me vi obligada a alquilar un caballo y un carro.
Al llegar a palacio, un criado impasible, vestido de rojo y oro, me dijo:
–La reina se volvió loca ayer; está en su bañera.
–¡Qué desgracia! –exclamé–. ¿Cómo ocurrió?
–Por el calor.
–¿Puedo verla de todos modos? –no me hacía gracia que mi largo viaje fuera en balde.
–Sí –contestó el criado–. Puede verla de todos modos.
Recorrimos pasillos decorados con una imitación de mármol admirablemente ejecutada, cruzamos estancias con bajorrelieves griegos y techos Médicis y frutas de cera por todas partes.
La reina estaba en su baño cuando entré; observé que se bañaba en leche de cabra.
–Pasa –dijo–. Como ves, utilizo sólo esponjas vivas. Es más sano.
Las esponjas nadaban en la leche por toda la bañera, y le costaba atraparlas. Una criada, provista de unas tenazas de brazos largos, la ayudaba de vez en cuando.
–No tardaré en dar por terminado mi baño –dijo la reina–. Tengo que hacerte una proposición: quiero que presidas el gobierno en mi lugar, hoy. Estoy demasiado cansada. Todos son idiotas, así que no te será difícil.
–De acuerdo –dije.
Leonora Carrington (1917-2011)
fragmento de 'La orden real'
en "Memorias de abajo"
trad. Francisco Torres Oliver
ed. Siruela (2001)
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