En esto entró una que parecía mujer, muy galana y llena de coronas, cetros, hoces, abarcas, chapines, tiaras, caperuzas, mitras, monteras, brocados, pellejos, seda, oro, garrotes, diamantes, serones, perlas y guijarros. Un ojo abierto y otro cerrado, y vestida y desnuda de todos colores; por el un lado era moza, y por el otro era vieja; unas veces venía despacio y otras aprisa; parecía que estaba lejos, y estaba cerca; y cuando pensé que empezaba a entrar, estaba ya a mi cabecera. Yo me quedé como hombre que le preguntan qué es cosa y cosa, viendo tan extraño ajuar y tan desbaratada compostura. No se espantó: suspendióme, y no sin risa, porque bien mirado era figura donosa. Preguntéle quién era, y díjome: "La muerte". ¿La muerte? Quedé pasmado. Y apenas abrigué al corazón algún aliento para respirar, y muy torpe de lengua, dando trasijos con las razones, la dije: "Pues ¿a qué vienes?" "Por ti", dijo. "¡Jesús mil veces! Muérome, según eso". "No te mueres", dijo ella; "vivo has de venir conmigo a hacer una visita a los difuntos; que pues han venido tantos muertos a los vivos, razón será que vaya un vivo a los muertos, y que los muertos sean oídos".
Francisco de Quevedo (1580-1645)
fragmento de "Visita de los Chistes
o el Sueño de la Muerte"
ed. Nova (1944)
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