Así, pues, dado que ciertos seres vivos nacen en la tierra, otros en el agua y otros en el aire, es absurdo (...) suponer que ningún ser vivo y animado nace en aquél elemento que es el más adecuado para la generación de los vivientes. Ahora bien, las estrellas ocupan la región del éter y como éste tiene una sustancia muy rarificada y está siempre en brioso movimiento, se infiere de ello que el ser animado nacido en esta región posee los sentidos más agudos y el más rápido poder de movimiento; luego, puesto que las estrellas son engendradas en el éter es razonable suponer que poseen sensación e inteligencia. Y de eso se sigue que las estrellas deben ser reconocidas como dioses.
Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.)
del 'Libro II, capítulo 15, 42'
en "Sobre la naturaleza de los dioses"
trad. Francisco de P. Saramanch
ed. Aguilar (1982)
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