miércoles, 13 de enero de 2021

un puente suspendido

 



   En la fecha fijada, llegamos Solovief y yo, frente a las ruinas de la fortaleza de Yeni-Hissar; y el mismo día vinieron a reunirse con nosotros cuatro Kara-kirghises que habían mandado a nuestro encuentro. 

   Después del ceremonial acostumbrado, comimos juntos. A la caída de la tarde nos exigieron renovar el juramento, nos pusieron un bashlik sobre los ojos, nos subieron sobre la silla de montar y partimos.

   Durante todo el viaje mantuvimos, fiel y concienzudamente, la palabra que les habíamos dado de no mirar y de no tratar de saber por dónde íbamos y qué lugares atravesábamos. 

   De noche en los pasos, o a veces cuando comíamos en lugares retirados, nos quitaban el bashlik que nos cubría los ojos. Aparte de eso, sólo dos veces en el viaje nos permitieron levantarlo. 

   La primera vez ocurrió el octavo día, cuando debíamos franquear un puente suspendido que no se podía atravesar a caballo y en el que dos hombres no hubieran podido pasar de frente: había que andar solo, y era imposible hacerlo con los ojos vendados. 

   Según el carácter del paisaje que se ofrecía a nuestra vista hubiéramos podido concluir que estábamos sea en el valle del Piandye, sea en el valle del Seravchan: el ancho río que corría debajo de nosotros, ese puente, las montañas que nos rodeaban, todo aquello nos recordaba mucho a estos dos valles. 

   Debo decir, por otra parte, que si lo hubiéramos podido atravesar con los ojos vendados quizás hubiese sido mejor para nosotros. No sé si fue porque habíamos caminado mucho tiempo con los ojos cerrados, o por cualquier otra razón, pero jamás olvidaré la nerviosidad y el miedo que sentimos al internarnos en ese puente. Hasta tuvimos que tomarnos un tiempo antes de decidirnos. 








de 'El príncipe Yuri Liubovedsky' (fragmento)

en "Encuentros con hombres notables"

G. I. Gurdjieff

trad. Nathalie de Etievan y Cástor S. Goa

ed. Ganesha (1982)

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