domingo, 8 de noviembre de 2015

huevo






   Cada vez más atrás, hasta que se detuvo en un punto que era el último porque había sido el primero.

   Todavía no existía el espacio, sino una superficie convexa, revestida de miles y miles de escamas. Se extendía más allá de cualquier mirada. Siguiendo las escamas hacia abajo descubrió que se pegaban a otras escamas, de igual color, y que se entrelazaban en nudos múltiples, cada vez más apretados. El ojo se confundía, y no identificaba a cuál de las dos pieles serpentinas pertenecían las escamas. Siguiendo hacia arriba, hacia la cabeza de las dos serpientes anudadas, el cuerpo de la primera serpiente se erguía y las escamas se convertían en algo que ya no respondía a la naturaleza de la serpiente: era el rostro de un dios, el primer rostro que reveló qué es el rostro de un dios, y lo rodeaban dos grandes cabezas, de león y de toro, mientras de los hombros se expandían unas alas inmensas y sutiles. En la parte superior, el brazo blanco de una mujer se entrelazaba con el brazo del dios, así como en la inferior se enlazaban las colas de las dos serpientes. Mirando fijamente el rostro del dios estaba el rostro de la mujer que, con el otro brazo, detrás del cual temblaba un ala inmensa, llegaba hasta el extremo de todo: allí donde alcanzaba la punta de sus uñas terminaba el Todo. Eran una pareja majestuosa e inmóvil: eran Tiempo-sin-vejez y Ananque.

   Del coito que se ocultaba en el nudo de su abrazo nacieron Eter, Caos y Noche. Un vapor tenebroso se superponía a las dos serpientes aladas. Tiempo-sin-vejez espesó aquella niebla oscura en una materia que adoptó poco a poco una forma oblonga. Y, mientras tanto, una claridad se expandía de aquella envoltura que fluctuaba en el vacío como una túnica blanca o un jirón de niebla. Luego, separándose de Ananque, la serpiente se enroscó alrededor del huevo luminoso. ¿Quería triturarlo?

   Al fin la forma se rompió. Desprendía una luz radiante. Apareció el aparecer. Sólo se percibía la invasión de la luz y no se distinguía la figura de la que procedía. La noche fue la única en verla: cuatro ojos y cuatro cuernos, alas de oro, cabezas de carnero, toro, león y serpiente esparcidas sobre un cuerpo joven y humano, un falo y una vagina, cascos. Después de haber roto la envoltura, el padre serpiente se enroscaba alrededor del cuerpo del hijo. En la parte superior se reconocía la cabeza del padre que miraba al hijo y una hermosa cabeza de muchacho que miraba dentro de la luz emanada por su propio cuerpo. Era Fanes, el Protogonos, el primer nacido en el mundo del aparecer. Era la «llave de la mente».












Roberto Calasso
fragmento de "Las bodas de Cadmo y Harmonía"
trad. Joaquín Jordá
ed. Anagrama (1990)


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