Sobre un fondo rojo bermellón como el color de la sangre reseca, hay una mujer joven sentada en una isla circular, de tono más oscuro, sembrada de flores y animales. A su derecha está el león, que no la mira y que sujeta entre las garras de sus patas delanteras el estandarte azul con el emblema de la familia Le Viste: tres lunas crecientes de plata sobre un fondo del mismo rojo mortecino. El blanco unicornio reposa sus pezuñas sobre el regazo de la mujer. Ella sujeta un espejo delante de él en el que nosotros vemos reflejado al animal, que sin embargo no se ve a sí mismo. A la mujer se le ha subido un poco el vestido, descubriendo así su faldón interior cuyo pesado tejido cae en pliegues azules sobre sus pies invisibles. La mirada de la mujer no se dirige al animal ni a nosotros, es una mirada interior, melancólica, que mira sin ver nada. Si fijo la vista en las pezuñas tendidas sobre el regazo de la dama, excluyendo todo lo demás de mi campo de visión, parece que estuviera frente a un hueco oscuro. El animal tampoco la mira a ella. Tiene los ojos muy abiertos y una expresión de beatitud. El unicornio se ha rendido. En esta escena, su misterioso cuerno solitario no se asocia con un arma brutal.
"La dama y el unicornio"
Cees Nooteboom
en "El enigma de la luz"
trad. Isabel-Clara Lorda Vidal
ed. Debolsillo/Siruela (2009)
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