miércoles, 1 de febrero de 2017

los órganos de la tierra (sonora XIX)











   Tzu-Ch'i, de la barriada del Sur, estaba sentado en su diván. Suspiraba mirando al cielo. Estaba en éxtasis como si su espíritu hubiera perdido al compañero, al cuerpo. Yen Ch'eng Tzu Yu, que estaba a su lado y le servía como discípulo, le pregunta: ¿Dónde estaba su Merced? ¿Cómo puede quedar así un cuerpo como tronco seco y cómo puede el corazón quedar así como cal muerta? El que ahora está recostado en ese diván, no es el mismo que el de hace un momento. Tzu Ch'i le dijo: Yen, no haces bien en preguntármelo. En este momento he perdido mi yo ¿lo sabes? Puede que tú hayas oído las músicas de los organillos de los hombres, pero no la de los organillos de la tierra. Tal vez hayas también oído la de los órganos de la tierra, pero no la de los órganos del Cielo.
   Tzu-Yu le dice: Por favor ¿cómo es eso? Tzu-Ch'i le contesta: El hipo de la Gran Masa se llama viento. De ordinario no sopla. Cuando sopla todas las oquedades braman desaforadamente ¿Sólo tú no has oído nunca su zumbido y no has visto cómo sacude los árboles de las colinas? Las oquedades de los troncos de corpulentos árboles de cien brazadas de circumferencia se parecen a narices, bocas, orejas, capiteles, apriscos, morteros, hoyos y hondonadas. Los sonidos que emiten son murmullos de cascadas, silbidos, susurros, clamores, suspiros, mugidos, estruendo de profundos barrancos. Entonan éstos y responden aquellos. Es sinfonía callada de murmullos de mansas brisas; es el grandioso concierto de vientos huracanados. Cesado el vendaval, todas las oquedades vuelven a la inane vaciedad de su silencio. ¿Sólo tú no los has visto ser mecidos suavemente o sacudidos violentamente?





















Chuang Tzu (370-287 a. C.)
cap. 2, 1.
en "Chuang Tzu"
trad. Carmelo Elorduy
ed. Monte Avila (1984)

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