Los nuevos dioses seguían al ejército romano a la debida distancia para que el balanceo de las caderas de Venus y los incontrolables estallidos de risa de Baco no parecieran demasiado inapropiados frente a las cenizas todavía calientes y los cuerpos de los héroes bárbaros a los que solemnemente daban sepultura moscas y escarabajos.
Desde atrás de los árboles los antiguos dioses observaban la irrupción de los nuevos sin simpatía pero con admiración. Sus cuerpos pálidos, imberbes parecían débiles pero atractivos.
Pese a las dificultades lingüísticas pudo alcanzarse un encuentro al más alto nivel. Después de algunas reuniones quedó acordada la repartición de las esferas de influencia. Los dioses antiguos se conformaron con cargos de segunda fila en las provincias. Sin embargo, con ocasión de celebraciones mayores eran esculpidos en piedra (porosa arenisca más bien) junto con los dioses de los conquistadores.
Un auténtico descrédito en la colaboración supuso la figura de Cernunno. Verdad que bajo las presiones de sus colegas adoptó la desinencia latina, pero no había guirnalda capaz de ocultar su cornamenta ramosa y que no dejaba de crecer.
Por ello solía morar en las espesuras de los bosques. A menudo puede vérsele en oscuros calveros. En una mano sostiene una serpiente con cabeza de cordero, mientras con la otra traza en el aire signos totalmente incomprensibles.
Zbigniew Herbert (1924-1998)
'Cernunno'
en "Poesía completa"
trad. Xaverio Ballester
ed. Lumen (2012)
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