lunes, 23 de noviembre de 2020

pasan luego sombras

 




   El rostro de la persona que sueña, de la que duerme, de la que está absorta en sus recuerdos. A veces sonríe; sobre su frente pasan luego sombras. 

   Cuan numerosas son las vivencias, las tareas, las obligaciones en que hemos fallado. Fallado: eso significa que no respondimos como debíamos. Fallado con los padres, con los maestros, con los camaradas, con los amigos, también con personas con quienes solo tuvimos un fugaz encuentro. Faltas leves, inconveniencias, arrogancias, equivocaciones, maldades, fechorías. 

   Bien, todas esas cosas quedan lejos, años y decenios atrás, datan incluso de la infancia. Hace mucho tiempo que cicatrizaron las heridas que nos causamos a nosotros mismos y también las que causamos a otros. De muchas cosas somos nosotros los únicos enterados. Quienes intervinieron en esos asuntos, los cómplices, los afectados, todos ellos han muerto hace años; ya en vida se tomaron su revancha o nos perdonaron. Ya no hay nadie que sepa nada de eso. 

   Hemos hecho penitencia, pero las cicatrices aún duelen, y a veces duelen más de lo que dolieron las propias heridas. Las injusticias que sufrimos, esas sí las hemos olvidado, pero las que no hemos olvidado son las que cometimos. 

  ¿Cómo se explica ese andar hurgando en estratos ya muertos, ese desasosiego que no se calma? En primer lugar, sin duda, porque nos hemos hecho mayores y con ello ha aumentado nuestra capacidad de discernimiento moral. Pero entonces el recuerdo de nuestras buenas acciones debería disculparnos. No es eso lo que ocurre. Como si el bien fuera lo obvio, erramos por nuestro pasado como por un paisaje en el que sólo percibiésemos las irregularidades del terreno, las hondonadas y abismos. 

   Es de suponer que nuestra imagen auténtica sea más noble y digna que la que fuimos capaces de realizar en el mundo fenoménico – «realizar» significa: representar la realidad. Fallar: hemos tejido mal el hilo del destino. Ese hilo estaba destinado a ser mejor tejido. 

   En esto nuestra persona esencial hace comparecer ante sí a nuestra persona histórica y juzga su paso por la vida. El tiempo no puede calmar el dolor; el sentido que éste tiene es diferente. 







Wilflingen, 29 de marzo de 1966

en "Pasados los setenta I"

Ernst Jünger

trad. Andrés Sánchez Pascual

ed. Tusquets (1995)



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