Después descubrí los poetas, y este descubrimiento me fortaleció. Vi en ellos hombres que habían vivido como yo vivía, en una sorpresa continua. Jamás, cuando miraban algo, recordaban que ya lo habían visto. Todo encuentro, toda emoción, era para ellos la primera.
(…)
Todas las imágenes comenzaban, no se abrían enteramente.
Yo debía continuarlas en sueños.
(…)
Aquellos poemas eran invitaciones a vivir, a existir de una manera distinta de la que yo existía.
“El fuego del cielo” (…) ¡Qué expresión insólita! Aquellas palabras, unidas, no formaban una realidad aparente; casi se peleaban entre sí; no eran más que una imagen, un trabajo del espíritu. Las deletrée: el fuego, el cielo. Aisladas, aquellas dos palabras resonaban: de pronto unidas, hablaban. ¿Por qué las quise tanto desde el momento en que las encontré?
Luego comprendí bruscamente. Era una evidencia: Víctor Hugo las había amado. Él había mirado el cielo; había mirado el fuego. Había encontrado que ambos eran hermosos, y que sus bellezas se parecían. Cuanto más contemplaba a cada uno de ellos, menos parecía bastarse a sí mismo. El mismo aliento atravesaba al uno y al otro. Su resplandor era tan semejante que era un resplandor fraternal. (…) Hugo había celebrado las bodas de las palabras, había favorecido aquel amor posible, ese amor que se esconde en todas las cosas. Éste era el secreto de los poetas: el amor extendido por todo; el amor, razón de los hombres, razón del mundo.
El amor era, por lo tanto, un camino.
(El amor) no es una cosa particular que ocurre entre dos personas en un momento dado y bajo ciertas condiciones. El amor existe en el universo en el estado de trazas innumerables y apenas perceptibles. La gracia consiste en descubrir esas trazas, en atraer a nosotros algunas chispas de ese gran amor, en concentrarlas en nuestras manos…
en “Y la luz se hizo”
Jacques Lusseyran
trad. Estela Canto
ed. Goyanarte (1953)
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