Cuando el tiempo era bueno los barcos
podían navegar a través de Anfítrite, sus proas se oscurecían
con la sequía del invierno, después de que yo hubiera abierto
los grises brazos de Tetis con una sonrisa, sonrojadas mis alegres mejillas.
Por las profundidades navegables,
cuando el corazón me lo pedía, seguía mi camino sin rumbo.
Precipitándose en todas direcciones
con oscuro bramar,
el océano daba profundos rugidos
desde su santuario más íntimo, en sus profundas cavernas.
Fui la primera que guió la quilla del rápido barco, sus velas al viento,
mientras cabalgaba en su cubierta de madera sobre las olas.
La hermosa familia de Doris comenzó su tortuosa danza
cuando el mar fue puesto bajo control por rápidos veleros de pino.
Sus mentes se estremecieron de estupor mientras contemplaban
a una tripulación que nunca antes habían visto. Yo, Isis, puse fin
a la penosa guerra con una nube espantosa,
protegiendo con las armas del reino poderoso la bendita paz, y
con cerrojos los muros que actuaban de dique.
En el principio traje la isla hundida
desde el abismo pantanoso a la luz;
elevé las sólidas cimas, y el cuidado estacional de los campos
extendió la tierra fértil, hice seguros los establos de ganado;
sobre el espumoso Nereo,
que sacude su tridente,
coloco la espuma refulgente y su oleaje tonante
golpea la costa del acantilado desnudo. Hago que crezca
frondosa la uva verde, fresca,
que se oscurece y trae alegría.
fragmento del 'Himno de Andros' (I a.C.)
en "Himnos a Isis"
trad. Elena Muñiz Grijalvo
ed. Trotta (2006)
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