«Él revelará a cada cielo su orden», (...) De esta manera, en cada cielo se configura cuanto le es propio, siendo los habitantes de cada uno de ellos creados de una forma determinada. Los moradores de cada región nacen así con una naturaleza impresa, y el humor (mizāŷ) de cada ser corresponde así al lugar donde fue creado. En cada uno de los siete cielos navega un astro correspondiente a los planetas en giro, que son nombrados según atributos como la vida, el oído, la vista, el poder, la voluntad, la ciencia y la palabra, «prosiguiendo los dos su curso hacia un término fijo». Cada potencia percibe únicamente aquello para lo que fue específicamente creada; así, la mirada no capta más que las cosas sensibles y visibles, y los sentidos se dan la vuelta «ahuyentados» (jāsā’n) cuando no ven una grieta por donde penetrar.
Ibn ‘Arabi (1165-1240)
capítulo 16 (fragmento)
en "El esplendor de los frutos del viaje"
trad. Carlos Varona Narvión
ed. Siruela (2008)
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