jueves, 8 de enero de 2015

pérdida









   Lo cuento como sucedió: "la pequeña luz en mi cerebro" en que se basa este libro, se encendió una noche serena del verano del 86, cuando estaba sentado en compañía de unos pocos amigos íntimos y de unos cuantos colegas, a orillas del Mediterráneo, bajo un cielo de una claridad y una profundidad infinitas. Nuestra actitud era meditativa y reflexiva, mientras tratábamos de recuperarnos del golpe que acababa de darnos la noticia del fallecimiento de un amigo común a quien todos admirábamos por su penetrante captación intelectual, su creatividad y su profundo humanismo. Mientras se contaban diversos episodios de su emprendedora vida, rica en experiencia, alguien señaló lo increíblemente trágico que era el que toda aquella experiencia y toda aquella sabiduría acumuladas por una persona, se hubiesen volatilizado sin dejar el menor rastro. Inmediatamente repliqué –con una convicción que a mí mismo me sorprendió al menos tanto como a los demás– que la experiencia y la sabiduría de nuestro amigo no se habían desvanecido en la nada, sino que su huella seguía ahí, lo mismo que la de todas las cosas que alguna vez han sucedido en el universo. 
   Nos quedamos en silencio. La verdad de aquella atrevida afirmación nos había impactado a todos, incluyéndome a mí, ¡que era el que la había formulado! Al cabo de unos minutos, alguien me preguntó cómo podía estar tan seguro de una cosa así. Le respondí desplegando todo un bagaje de ideas y conceptos que ni yo mismo sabía que tenía. Hablé de los parsimoniosos ritmos de la naturaleza, de la ascensión y caída de todas las cosas que han existido tanto en el universo como en la Tierra. Dije que una vida humana (la más notable aventura de la materia, en el universo entero) no es ni puede ser una excepción a la ley de conservación de todas las cosas y acontecimientos en el cosmos. El inmenso caudal de impresiones y de comprensión subjetiva que una persona acumula a lo largo de su vida, no desaparece sin dejar rastro, sino que queda registrado en el corazón mismo de la realidad. En cierto modo, debía ser un poco como el rayo de luz que llegaba en aquel mismo instante a nuestros ojos procedente de una cualquiera de los miles y miles de estrellas que tachonaban la bóveda celeste encima de la playa en que estábamos: en aquel mismo instante, luz proveniente de todos los puntos del universo impresionaba nuestras retinas y nos comunicaba señales que prolongaban hasta nosotros la historia completa del cosmos. Desde luego, nada hay en el mundo que se pierda sin dejar huellas, ni un fotón emitido por gamma Centauri, ni una célula de la red neuronal del amigo que acababa de abandonarnos.










Ervin Laszlo
"El Cosmos Creativo"
trad. José Luis San Miguel de Pablos
ed. Kairos (1997)



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