En su ser carnal el corazón tiene huecos, habitaciones abiertas, está dividido para permitir algo que a la humana conciencia no se le aparece como propio de ser centro. Un centro, al menos según la idea transmitida por la filosofía de Aristóteles: motor inmóvil, centro último, supremo, imprime el movimiento a todo el universo y a cada una de sus criaturas o seres, sin perdonar ninguna. Mas no les abre hueco para que entren en ese su girar, dentro de ese su ser. El motor inmóvil no tiene huecos, espacios dentro de sí, no tiene un dentro, eso que ya en tiempos de cristiana filosofía se llama interioridad. (...)
Un ser viviente que resulta tanto más «ser» cuanto más amplio y cualificado sea el vacío que contiene. Los vacíos del humano organismo carnal son todo un continente o más bien unas islas sostenidas por el corazón, centro que alberga el fluir de la vida, no para retenerlo, sino para que pase en forma de danza, guardando el paso, acercándose en la danza a la razón que es vida. Un ser viviente que dirige desde adentro su propia vida a imagen real de la vida de un cierto universo donde la conflagración no sería posible sin la extinción de una razón indeleble, de un pasar y repasar que se extingue, sin razón. Y al ser así, entonces, la razón originalmente vital queda en suspenso, suspendida en la ilimitación.
Maria Zambrano (1904-1991)
'La metáfora del corazón - I -'
en "La razón en la sombra"
ed. Siruela (2004)
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