martes, 26 de julio de 2016

un niño







   Yaśodā, madre de Kṛṣṇa, solía escuchar, haciendo esfuerzos por no reírse, los lamentos de las otras madres, víctimas de las correrías del pequeño bribón. Era una comedia que repetían como por obligación. Enseguida se distraían y hablaban de otra cosa. Solamente una vez Yaśodā se asustó. Algunos niños le hacían de espía: «Kṛṣṇa hociquea la tierra y se come la basura como si fuera un cerdo.» Yaśodā fue corriendo y lo encontró caminando a cuatro patas. Ya lo reprendía con severidad cuando la detuvo el asombro de encontrar en la mirada de Kṛṣṇa un terrorífico relampagueo. «Es mentira, mamá; si no me crees mírame la boca.» «Ábrela», dijo Yaśodā.
   La madre vio abrirse aquellos pequeños labios, cuyas grietas conocía una a una. Yaśodā bajó la mirada para escrutar el paladar de su hijo y encontró una inmensa bóveda estrellada que la chupaba. Yaśodā viajaba, volaba. Donde hubiera debido estar el fondo de la garganta se erguía el monte Meru, sembrado de infinitos bosques. A su lado se veían islas, que quizás eran continentes, y lagos, que quizás eran océanos. Yaśodā respiraba con una tranquilidad desconocida, como si por primera vez saliera al aire libre a través de la boca de su hijo. La visión que más la cautivó fue la rueda del Zodíaco: rodeaba al mundo oblicuamente, como una faja jaspeada. Yaśodā fue aún más allá, vio la oscilación de la mente, su mutabilidad lunar, sus brincos de mono de una rama a otra del universo. Vio como los tres hilos de los que toda sustancia está hecha se enrolaban en ovillos, de los que nacían otros ovillos. Al fondo, vio el pueblo de Gokula, reconoció sus callejones, las ensambladuras de las piedras, las carretas, los manantiales de agua, las flores macilentas. Y finalmente se vio a sí misma, en una calle, mirando la boca de un niño.

















Roberto Calasso
fragmento del cap. XII
en "Ka"
trad. Edgardo Dobry
ed. Anagrama (1999)

No hay comentarios:

Publicar un comentario