La mayoría de los hombres se fija en la identidad de la forma y no tiene en cuenta la identidad del conocimiento. Así es como nos sentimos próximos y amamos aquello que nos es semejante por la forma, mientras que nos sentimos extraños y tememos aquello de que nos distinguimos por la forma. Un ser con un esqueleto de siete chi, que tiene pies y manos, con cabellos en la cabeza y dientes en la boca y que camina erguido, se llama hombre; aunque muy bien puede tener corazón de animal. Pero aun en ese caso, nos sentimos emparentados con él porque tiene forma de hombre.
Un ser provisto de alas, que tiene cuernos, grandes colmillos y garras desarrolladas, tanto si vuela por el aire como si corre por la tierra, es un animal (qin shou); aunque nada nos permite suponer que semejante animal no pueda tener un corazón de hombre. Pero aun si tiene un corazón de hombre, nos resultará extraño a causa de su forma.
Pao Xi, Nü Gua, Shen Nong, Xia Hou tenían, unos, cuerpos de serpiente y cabeza de hombre; otros, cabeza de toro o el morro de un tigre. No eran, pues, de forma humana y sin embargo tenían la virtud de los grandes sabios.
Jie de Xia, Zhou de Yin, el duque Huan de Lu, el rey Mu de Chu eran hombres por su aspecto y características corporales, pero tenían el corazón de una fiera. Por eso, si la mayoría de los hombres se guía sólo por el aspecto exterior, en vano intentarán descubrir al perfecto sabio (zhi zhi); nunca lo lograrán.
de 'Huang Di: El emperador amarillo' (fragmento)
en "Lie Zi - El libro de la perfecta vacuidad"
trad. Iñaki Preciado
ed. Kairós (1987)
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