Había una vez un Rey Rojo que compró comida por valor de diez ducados. La cocinó y la puso en una alacena. Cerró la alacena y encargó a unos centinelas que la custodiaran por la noche.
Cuando el rey fue a ver su comida por la mañana, se encontró con las fuentes completamente vacías. Entonces dijo:
–Entregaré la mitad de mi reino a quien sea capaz de vigilar las fuentes para que no falte comida en ellas.
El rey tenía tres hijos. El mayor pensó: «¡Dios mío, va a entregar la mitad del reino a un extraño! Será mejor que me encargue yo, y que sea lo que Dios quiera». Así que fue a ver a su padre y le dijo:
–Padre, ¿vas a entregar el reino a un extraño? Será mejor que yo me encargue de vigilar la comida.
Y su padre contestó:
–De acuerdo, hijo. Sólo le pido a Dios que no te asuste lo que puedas ver.
–Que sea lo que Dios quiera.
de 'El Rey Rojo y la Bruja' (fragmento)
en "Cuentos populares gitanos"
trad. Adolfo Gómez Cedillo
ed. Siruela (2006)
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