*
Un guarda, que habitaba al otro lado de la calle, nos dio una llave. Y comenzamos la ascensión. Mi tío me precedía con paso ligero. Yo le seguía, asustado, pues soy muy sensible al vértigo.
Mientras permanecimos aprisionados en el recinto interior todo fue bien. Pero tras haber subido ciento cincuenta peldaños el aire me golpeó el rostro. Habíamos llegado a la plataforma del campanario. Era allí donde comenzaba la escalera aérea, protegida por una frágil barandilla, cuyos peldaños, cada vez más estrechos, parecían subir hasta el infinito.
–No podré nunca –gemí.
–¿Eres acaso un cobarde? ¡Sube! –respondió implacablemente el profesor.
Forzoso fue seguirle, agarrándome como podía. El viento me aturdía. Sentía oscilar el campanario bajo las ráfagas. Me huían las piernas, y debí trepar, a gatas primero y luego de bruces, con los ojos cerrados, mareado por el vértigo.
Al fin, mi tío, asiéndome del cuello de la camisa, tiró de mí, y así llegué cerca de la bola que corona el campanario.
–Mira –me dijo–, y mira bien. ¡Hay que tomar lecciones de abismo!
Jules Verne (1828-1905)
"Viaje al centro de la tierra"
Trad. Miguel Salabert Criado
Ed. Alianza (1975)
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