jueves, 14 de abril de 2016

el país de los muertos





   Los mesopotamios, pensé, son una raza salvaje y perezosa. Al acercarme a lo que parecía un pueblo o un cementerio muy grande, observé que alguien se separaba del grupo de alfarería humana y echaba a correr a mi encuentro. En realidad, era más una marcha penosa que una carrera, dado que la ajustada envoltura que le vendaba de pies a cabeza dificultaba sus movimientos. Por el camino se le desprendió uno de los pies como una hoja seca de un árbol. 
   Cuando estuvo cerca empezó a gritar: "¿Qué nuevas traes, extranjero? ¿Qué nuevas traes?"
   Tenía un aspecto antiguo, aunque era joven: su rostro agrietado y moreno era el de un muchacho de no más de doce años.
   –Eres de Bagdad, ¿a que sí? –preguntó, exhalando nubes de polvo sobre mi cara. Esperé a ver que debía contestar.
   –De Bagdad, Amo. Llevo veinte días caminando.
   –¿Estás muerto?
   –No; creo que no. El señor Alcalde de Bagdad me ha pagado tres liards para que lleve este regalo al Rey de los judíos que vive en la frontera de Hungría. He tomado un atajo pasando por el país de los Muertos.
   –¿Eres esclavo?
   –Por supuesto que no –repliqué secamente–. Soy mendigo. 
   –¿Qué harás si no puedes salir del país de los Muertos? La puerta de piedra de Keckse está celosamente guardada.
   –Gritaré hasta el día del juicio; hasta que quede grabada mi voz en el centro de la tierra como los dibujos en las paredes de un urinario.
   –Sin embargo, puede que Keckse no se abra jamás.
   –Keckse se abrirá.
   Sacó la lengua, un mero hilo negro, y profirió una risotada como el último canto de un gallo decrépito.
   –¿Qué envía el señor Alcalde de Bagdad al Rey de los judíos?
   –Un juguete, Amo.
   –Aparte del juguete, ¿qué más llevas en la bolsa?
   Le dirigí una sonrisa astuta y sacudí mi pelo enmarañado.
   –Es un secreto; en esta bolsa llevo doce mil tesoros.
   Profiriendo otra risotada tan seca como la piel arrugada de su joven rostro, me acercó su cabeza al oído y me dijo: "Cuéntame una historia y te daré una porción de pastel funerario."
   –¿Tiene que ser verídica? –le pregunté, dejando mi bulto en el suelo.
   –Todas las historias son verídicas –dijo–. Empieza.












Leonora Carrington (1917-2011)
fragmento de 'La puerta de piedra'
en "El séptimo caballo y otros cuentos"
trad. Francisco Torres Oliver
ed. Siglo Veintiuno (2012)

No hay comentarios:

Publicar un comentario