Quiero con el canto de mi bien templada lira ensalzar la maestría y poder con que la naturaleza dirige a todos los seres, y las leyes mediante las cuales conserva, previsora, al mundo infinito, y cómo une todas las cosas, sujetándolas con lazo indisoluble.
Podrá el león de Cártago arrastrar magnífica cadena y tomar su alimento de la mano del bravo domador, acostumbrado como está a los golpes y al látigo; pero en cuanto la sangre llegue a teñir sus fauces salvajes, despertará su fiereza y con rugidos profundos, recordándose a sí mismo, desatará el nudo que aprisiona su cuello y con agudos dientes desgarrará a su dueño que será la primera víctima de su rabia enfurecida.
El ave parlera que lanza al aire sus trinos se ve un día encarcelada: es ahora el entretenimiento del hombre que con cariño la cuida, la regala con abundante comida y la hace beber en vasijas que endulzó la miel. Pero si por entre las rejas de su estrecha mansión divisa la sombra placentera de los bosques, pisoteando aquella comida con esmero preparada, al bosque quiere ir, por el bosque suspira con su dulce voz.
La rama verde y vigorosa podrá, obligada por una fuerza poderosa, dirigirse desviada hacia la tierra; mas en cuanto la suelte la mano que la encorvó, de repente se enderezará para otra vez mirar al cielo.
Febo se hunde todos los días en las aguas de la Hesperia; mas por un camino sólo de él conocido vuelve todas las mañanas a empezar por el oriente su carrera acostumbrada.
Todas las cosas encuentran de nuevo su curso; todo se complace en volver por nuevos rumbos al origen del que procedió: no hay orden establecido que sea duradero sino el que une el principio con el fin en un ciclo inmutable.
Boecio (480-524)
metro segundo del libro tercero
en "La consolación de la filosofía"
trad. Pablo Masa
ed. Aguilar (1960)
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