viernes, 8 de julio de 2022

cartulina

 




   Una tarde me llevaron a Bumpus, una librería de Oxford Street, a ver una función para niños en un teatro de juguete del siglo XIX. Aquella fue mi primera experiencia teatral, y hasta el día de hoy sigue siendo no solo la más vívida, sino también la más real. Todo estaba hecho de cartulina: en el proscenio de cartulina había unos nobles victorianos rígida­mente inclinados hacia delante en sus palcos pintados; al pie de las candilejas, en el foso de la orquesta, un director, batuta en ristre, se había quedado en suspenso para la eternidad pre­parándose para atacar la primera nota. No se movía nada; lue­go de repente se levantó el dibujo rojo y amarillo de un telón con borlas y dio comienzo El molinero y sus hombres. Vi un lago hecho con tiras paralelas de cartulina azul de líneas ondula­das y bordes ondulados; en lontananza, la minúscula figura de cartulina de un hombre montado en un bote, meciéndose ligeramente, iba cruzando de un lado a otro por el agua pinta­da, y cuando volvía en la dirección opuesta parecía estar más cerca y ser más grande, porque cada vez que lo empujaba ha­cia los bastidores un largo cable, lo cambiaban de modo invi­sible por una versión más grande de sí mismo, hasta que en la última entrada la misma figura tenía dos pulgadas completas de altura. Ahora estaba fuera del bote con una amenazadora pistola en la mano, y se iba deslizando magníficamente hasta el centro del escenario. Aquella soberbia entrada, digna de un primer actor, era absoluta realidad, como lo fue el mo­mento en que unas manos ocultas se llevaron un molino con aspas que daban vueltas de verdad y un cielo de verano, azul con nubes blancas de algodón, y en su lugar pusieron una chillona imagen del mismo molino en una apocalíptica ex­plosión, con fragmentos que saltaban de su corazón naranja. Aquello era un mundo mucho más convincente que el que yo conocía fuera.

La niñez, afortunadamente, es literal; el pensar en metáfo­ras aún no ha empezado a complicar el mundo. Aunque uno nunca se pregunte a sí mismo «¿Qué es lo real?», la niñez es un constante ir y venir de un lado a otro de las fronteras de la realidad. 







de 'I' (fragmento)

en "Hilos de tiempo"

Peter Brook

trad. Susana Cantero

ed. Siruela (2019)


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