Existe un viejo poblado en Benin, llamado Abomey, que solía ser gobernado por un rey. Para entonces el poder de este rey era apenas un símbolo, como en el caso del emperador japonés. Sólo había podido conservar su palacio y los títulos de su dinastía. Cuando nosotros llegamos ahí era la víspera de su cumpleaños, cumpliría ciento treinta años. En el interior del palacio se llevaban a cabo los ensayos para la ceremonia. El rey, que en realidad tendría unos treinta años menos que la cifra oficial, asistió al ensayo. Mientras las damas de la corte bailaban y cantaban sus alabanzas, el rey entró seguido por varias reinas. A nosotros se nos permitió observar el ensayo y, en señal de gratitud, bailaríamos frente a él.
Tal y como lo hacen los africanos, cada uno de los actores realizó un movimiento, con un bastón en la mano, para mostrar su respeto. Luego pedimos tímidamente que el rey bailara. Para nuestra sorpresa, éste se levantó con una sonrisa en los labios y, con pasos tambaleantes, comenzó a moverse. El suyo era un movimiento muy ligero; pero mientras que él apenas se movía, el aire a su alrededor se agitaba con violencia. Su danza, hecha de movimientos sutiles, era mucho más dinámica que la de la gente joven. Solemos afirmar que «lo grande contiene a lo pequeño», pero en este caso «lo pequeño contenía a lo grande». El ser humano posee la maravillosa capacidad de sugerir la inmensidad interior a través de un mínimo de movimiento.
de 'La conferencia de los pájaros I' (fragmento)
en "Un actor a la deriva"
Yoshi Oida
trad. Rodolfo Obregón
ed. Interzona (2021)
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