Un antiguo dios destronado, un lejano planeta rigen ahora los destinos de muchos de nosotros, arrojando una luz tenebrosa y paradójica sobre nuestras vidas. Saturno había sido el arquitecto del mundo; había inventado el tiempo y la agricultura; había reinado sobre la Tierra en la edad de oro, aquella edad sin leyes, sin juicios, sin temores, sin escritura grabada en bronce; aquella edad en que no había naves ni comercio, ni fosos en torno a las ciudades; en que no había ni trompas, ni cuernos de guerra; no existían soldados ni espadas, y una eterna primavera acariciaba con su brisa tibia las flores que crecían sin semillas. Pero aquel eterno dios de la utopía había sido también un dios «odioso, soberbio, despiadado, cruel»: un devorador de hijos y de dioses; Júpiter lo destronó, desterrándolo quizá al Tártaro o bajo el Tártaro, donde vivía encadenado como un esclavo. Cuando los antiguos atribuyeron a las estrellas nombres de divinidades, también reservaron para él un destino antitético a su planeta. Saturno era el planeta más alto, y en eso conservaba la excelencia y la soberanía en el sistema solar. Pero también era negro y siniestro, hostil a la Tierra y a los seres humanos. Frío, blanco y batido por los vientos, lejano, lento y enigmático, enviaba a la Tierra una luz debilísima y pálida, originaba el hielo y la nieve, los rayos y el trueno.
Las estrellas de los antiguos no atravesaban el cielo, ignorantes de nuestros destinos, como los astros que hoy contemplamos en el firmamento. Una cadena de influencias, de analogías, de ecos, de similitudes descendía de las estrellas hasta los miembros de nuestros cuerpos, hasta los árboles, hasta las piedras; determinaba nuestras pasiones y, desde los corazones y los miembros humanos, desde las piedras y los árboles, ascendía hasta las estrellas, construyendo una ciencia única de las relaciones, que era también una cosmología. El astrólogo antiguo, observador finísimo de las relaciones cósmicas, rastreaba el influjo del helado y lejano planeta-dios en el bazo, donde se acumulaban los humores de la «bilis negra», la tenebrosa melancolía. Nacía así la estirpe de los hijos de Saturno.
Pietro Citati
'Saturno y la melancolía' (fragmento)
en "La luz de la noche"
trad. Juan Díaz de Atauri
ed. Acantilado (2011)
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