lunes, 26 de diciembre de 2016

un punto de su superficie








   Siempre ha representado para mí un hecho notable ver cómo la vida aparentemente más prosaica se entusiasma en un punto de su superficie, sin saber el porqué, sin apuntar a ningún fin, pero de ningún modo sin sentido, y muchas veces en un desajuste tal con su entorno que raya en el ridículo. El maestro de campo que colecciona cascos viejos de vasija y denarios romanos, el pequeño comerciante que abandona repentinamente su negocio y aprende griego para poder cavilar mejor sobre los silogismos, el cerrajero que ha leído a Walt Whitman y lo vuelve a leer constantemente y no lee ningún otro libro. Tales hechos manifiestan del modo más claro que la vida se mueve sobre la base de razones muy misteriosas pero de ningún modo acordes a un fin. Por doquier lo invisible lanza sus anzuelos secretos hacia nosotros e incluso la cosa más ínfima y más alejada rebosa de aquella vida mística de la que nosotros mismos no somos más que una parte minúscula. La experiencia mediante la cual Jakob Böhme sintió de repente todo el amor de Dios al contemplar una vasija de estaño no es en absoluto de naturaleza extraordinaria y tal vez sea más importante de lo que suponemos que esa vasija fuera precisamente de estaño.


















Ernst Jünger (1895-1998)
en "Anotaciones del día y de la noche"
trad. Enrique Ocaña
ed. Tusquets (2013)

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