FEDRA.–¡Ay, ay! ¿Cómo lograría yo la bebida de transparentes aguas que manan de fuente fresca, y bajo los álamos descansaría echada en tupida pradera?
NODRIZA.–¡Oh hija! ¿Qué dices? No profieras en público esas frases, pronunciando palabras provocadas por la locura.
FEDRA.–¡Llevadme a la montaña! Iré hasta el bosque y a lo largo de los pinos, donde los perros asesinos de fieras corren atacando pintadas corzas. ¡Por los dioses!, quiero incitar a los perros y disparar desde cerca de mi rubia cabellera la jabalina tesalia, manteniendo en la mano el afilado dardo.
NODRIZA.–¿Por qué, hija, padeces esta inquietud? ¿A qué viene tu preocupación por la caza? ¿Por qué deseas aguas de manantial? Pues hay junto a la muralla una colina siempre húmeda donde podrías beber.
FEDRA.–¡Ártemis, señora de la salada laguna y de las pistas deportivas que retruenan bajo los caballos! ¡Así estuviera en tu suelo, domando potros vénetos!
NODRIZA.–¿Por qué de nuevo profieres delirante esas palabras? Ha un instante expresabas el deseo de irte de caza a la montaña y ahora añoras los potros cabe las arenas resguardadas de las olas. Complicada adivinación se requiere para comprender qué dios te lleva de las riendas y perturba tu razón, hija.
FEDRA.–¡Desgraciada de mí! ¿Qué he hecho? ¿Por dónde me desvié de mi sano juicio? Enloquecí, me postré ante mi extravío causado por una divinidad. ¡Ay, ay, desdichada!
Eurípides (480-406 a.C.)
de 'Hipólito' (fragmento)
en "Tragedias"
trad. Juan Antonio López Férez
ed. Cátedra/Altaya (1995)
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