sábado, 27 de agosto de 2016

historia






   –Pero ¿cómo se puede pensar la Historia sin poner orden en ella? –preguntó Knecht.
   –Naturalmente que se debe poner orden en la Historia –tronó Jacobo–. Toda ciencia es, entre otras cosas, un orden, una simplificación, un hacer digerible para el espíritu lo indigesto. Creemos haber descubierto algunas leyes históricas e intentamos tomarlas en cuenta al investigar la verdad histórica; como el anatomista, que al hacer la disección de un cuerpo no se ve puesto ante hallazgos realmente sorprendentes, sino que gracias a que existía allí un mundo de órganos, músculos y tendones bajo la epidermis, busca confirmar su esquema previo. Pero si el anatomista sólo ve su esquema y descuida la realidad única e individual del objeto, entonces es un castalio, un jugador de abalorios y opera matemáticamente sobre un objeto inadecuado. Todo aquel que contempla la Historia puede, por mí, aportar la más emotiva fe infantil al poder ordenador de nuestro espíritu y de nuestros métodos; pero además y a pesar de ello debe sentir respeto ante la incomprensible verdad, realidad y carácter único del devenir. Ocuparse de la Historia presupone saber que se intenta algo imposible y no obstante necesario. Ocuparse de la Historia significa abandonarse al caos y mientras tanto conservar la fe en el orden y en el sentido. Se trata de una tarea muy seria, mi joven amigo, quizá de algo trágico.
















Herman Hesse (1877-1962)
fragmento de "El juego de los abalorios"
trad. Mariano S. Luque
ed. Alianza (1984)

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