sábado, 20 de agosto de 2016

mineralogía IV







   Por mi parte, tengo la intención de hablar de una gruta no menos reducida, sino más simple, cuyo exterior parece haberse convertido en el centro de una gruta en cierto modo invertida, vuelta del revés como un guante. En apariencia, las geodas de sílice no son más que gruesas piedras pesadas, grises y rugosas. Están huecas y tapizadas de cristales. Inmediatamente después de la corteza lacerada emerge otra piedra dura, translúcida, de grano muy fino: la calcedonia; la mayoría de las veces, en su variedad veteada, el ágata. Unas pirámides de cuarzo hialino o de amatista revisten las paredes internas de la cavidad y la transforman, una vez abierta como una fruta, en una caverna que resplandece.

   A veces, las agujas agrupadas en haces alargados se alternan como los husos de la pulpa de las naranjas o como las fibrillas de los músculos estriados, aunque desde todos los puntos alcancen el centro. La bolsa entera está llena de gavillas brillantes. En cambio, en otras piezas más raras, la parte opaca forma el núcleo. Alrededor se despliega el cuarzo como una corola de luz vitrificada. Como las otras, las calcedonias rodeadas de tal maravilla se dejan cortar en lajas y pulir. Las capas sucesivas que las constituyen afloran entonces formando meandros paralelos en un espejo que alterna oscuridad y claridad.














Roger Caillois (1913-1978)
fragmento de 'Testamento - II'
en "Piedras"
trad. Daniel Gutiérrez Martínez
ed. Siruela (2011)

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