miércoles, 24 de agosto de 2016

la sangre humeante






Cuando partas de aquí, creyendo que huyes, el enemigo te atacará para encadenarte
y echarte a las fauces de una fiera, cual presa por desgarrar y devorar.
Pero tú a tus guardianes llénales los oídos de variados relatos y,
cuando sucumban a un profundo sueño, después de comer,
escapa de los vínculos que te habrán puesto y de las duras cadenas. 
Aléjate, luego que pase un momento,
y precipítate con todas tus fuerzas sobre el león furioso,
acostumbrado a jugar con los cadáveres de los cautivos.
Con músculos vigorosos asedia sus flancos terribles
y, con tu hierro desnudo, hiende las fibras de su corazón.
Deja luego correr por tu garganta la sangre humeante
y tritura la carne, cual manjar, entre tus mandíbulas.
Entonces una nueva fuerza habitará tus miembros,
entonces una firmeza inesperada
entrará en tus músculos, y una oleada de vigor
poderoso penetrará tus brazos nerviosos.
Yo mismo abriré la vía a tu propósito,
abrumaré de sueño a los sirvientes
y los tendré roncando la noche entera.


   No bien hubo hablado así, subió al joven a su caballo y lo devolvió al lugar donde lo recogiera. Durante la travesía, Hadingus, por la abertura del manto bajo el cual, tembloroso, se escondía, en el colmo del pasmo oteó y vio el mar ofrecerse a los pasos del caballo. Mas le fue prohibido prolongar el espectáculo de lo que no le incumbía y apartó los ojos llenos de estupor de la terrible contemplación de su recorrido.










fragmento de 'Las dos vidas de Hadingus'
en "Del mito a la novela"
Georges Dumézil (1898-1986)
trad. Juan Almela
ed. Fondo de Cultura Económica (1993)

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