Grande es el dolor de Zeus.
Patroclo, hijo de Menecios,
ha matado a Sarpedón,
y se lanza sobre los aqueos
para saquear su cadáver y ultrajarlo.
Zeus no lo consiente.
Ha dejado perecer a su hijo bienamado
(tal es la ley)
pero al menos lo honrará una vez muerto.
Despacha a Febo a la llanura,
instruido sobre los cuidados
que convienen al cadáver.
Con dolor, con respeto,
Febo levanta el cuerpo del héroe
y lo lleva al arroyo
lo limpia de polvo y de sangre;
cierra sus horrendas heridas
y no queda señal alguna.
Sobre él vierte ambrosía
y lo cubre de espléndidas vestimentas olímpicas.
Maquilla su tez de blancura
y alisa sus negros cabellos
con un peine orlado de perlas.
Dispone el cuerpo hermoso.
Ahora parece un joven rey auriga
entre los veinticinco o veintiséis años,
vencedor de muy ilustres Juegos
que reposa después de haber vencido
con su carro de oro y sus veloces corceles.
Y Febo, habiendo ejecutado las órdenes recibidas
llama a los dos hermanos, el Sueño y la Muerte.
Constantino Kavafis (1863-1933)
'Los funerales de Sarpedón'
en "Esperando a los bárbaros y otros poemas"
trad. Juan Carvajal
ed. Centro Editor de América Latina (1988)
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