Una nave de azulada proa que llevaba a Teseo, firme ante el estrépido del combate, y a dos veces siete espléndidos muchachos de entre los jonios, cortaba el mar de Creta; pues (en) su trapo, de lejos reluciente, las brisas del Bóreas caían gracias a la ilustre Atenea que agita la égida. Le mordieron a Minos el corazón los santos dones de la diosa de adorable diadema, de Cipris, y su mano (ya) no pudo retener lejos de una doncella, sino que tocó sus blancas mejillas. Gritó Eribea llamando al descendiente de broncínea coraza de Pandión; lo vio Teseo, negros bajo las cejas giraron sus ojos, cruel dolor le desgarró el corazón y dijo: «Hijo del poderosísimo Zeus, puro ya no gobiernas dentro de tu pecho el ánimo; retén, héroe, tu dominante violencia. Lo que el destino todopoderoso que viene de los dioses nos ha asignado y hace inclinar la balanza de la Justicia, nuestra suerte prefijada cumpliremos, cuando llegue. Pero tú contén tu oneroso propósito. Si a ti como el más poderoso de los mortales una mujer noble te dio a luz, cuando participó del lecho de Zeus bajo las cumbres del Ida, la hija de amable nombre de Fénice, con todo también a mí la hija del rico Píteo me dio a luz, cuando yació con el marino Posidón, y le dieron las Nereidas coronadas de violetas un velo de oro. Por eso te exhorto, caudillo de los cnosios, a que reprimas tu insolencia, causa de muchos lamentos; pues no querría yo ver la inmortal amable luz de la Aurora una vez que a algunos de los jóvenes tú hubieras sometido contra su voluntad. Antes mostraremos la fuerza de nuestras manos; y lo que haya de suceder, la divinidad lo decidirá.»
Baquílides (510 a.C.-450 a.C.)
fragmento del ditirambo
'Los jóvenes o Teseo'
en "Odas y fragmentos"
trad. Fernando García Romero
ed. Gredos (2002)
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