Esa misma noche, en la otra orilla del río sagrado Jumna, Yashoda, la casta esposa del piadoso criador de vacas Nanda, había dado a luz a una niña. Y Vasudeva, el esposo de Devaki, movido por una inspiración divina, tomó a su hijo recién nacido, Krishna, y salió con él en la oscuridad de la noche.
Caía una fuerte lluvia, y la serpiente cósmica de múltiples cabezas seguía solícita al padre con su hijo, a quienes protegía cubriéndolos con sus muchas capuchas extendidas. Los guardias de las puertas de la ciudad habían sido encantados por la diosa del sueño visionario, por lo que el trío no tuvo problemas en llegar a la otra orilla del río Jumna, que a pesar de ser ancho y profundo, y abundante en peligrosos remolinos, aquietó sus aguas de modo que no sobrepasaran las rodillas de Vasudeva. Cuando éste llegó a la otra orilla, donde toda la tribu de criadores de vacas dormía profundamente bajo el encantamiento de Yoganidra, rápido y sin hacer ruido colocó a su hijo junto a Yashoda, tomó a su niña y volvió a su casa de la misma manera que había venido. Así, cuando la agraciada joven despertó, descubrió que le había sido dado un hijo mientras dormía, tan oscuro como las hojas negras de un loto, y se regocijó junto con su esposo.
Pero los guardias de la ciudad, al oír el llanto de un recién nacido en el palacio de la princesa Devaki, no tardaron en dar cuenta de ello a Kansa, su tirano gobernante, quien acudió inmediatamente y arrebató a la niña de los brazos de su madre. Y ante sus protestas la arrojó contra una roca..., donde, en vez de reventar, se irguió y creció hasta asumir la forma de una diosa de ocho brazos, en cada uno de los cuales blandía un arma: un arco, un tridente, un manojo de flechas, un escudo, una espada, una caracola, un disco y una maza. Mientras crecía, la diosa reía sin parar, con una risa terrible. «¿De qué te ha servido, oh Kansa», exclamo triunfante la visión, «arrojarme a mí contra el suelo? ¡El que ha de destruirte ya ha nacido!».
Porque era la propia diosa Yoganidra, que ahora aparecía cubierta de joyas y guirnaldas, y exhalando exquisitos perfumes, la que había asumido este nacimiento para este fin; y mientras reía y reía –con un trasfondo de coros que entonaban himnos tanto del cielo como de la tierra–, desapareció en el aire.
Alarmado y temblando, completamente fuera de sí, el rey volvió desesperado a su palacio y pronunció una orden terrible: que se buscara por toda la tierra a todo niño recién nacido.
«Y que todo niño varón», ordenó, «en quien se aprecie algún signo extraordinario de vigor sea muerto.»
'La leyenda del nacimiento de Krishna', fragmento.
en "Imagen del Mito"
Joseph Campbell (1904-1987)
trad. Roberto R. Bravo
ed. Atalanta/El hilo de Ariadna (2012)