lunes, 30 de noviembre de 2015

cascada







Entonces la Génesis de la Materia surge 
en una agitación multicolor. 

Y la cascada de fuego que fluye
oscurece la [hermosa] Flor de Fuego mientras
se dirige a los vientres de los mundos.

















fragmento de "Los oráculos caldeos"
G.R.S. Mead
trad. Graciela Lettieri
ed. Obelisco (1998)


domingo, 29 de noviembre de 2015

anónimos







   En la edad de la igualdad uno no está ante iguales, sino ante sujetos anónimos; no es posible dirigirles la palabra. Incluso el desprecio presupone alguien que lo reciba.






















Ernst Jünger (1895-1998)
en "Pasados los setenta I (1965-1970)"
trad. Andrés Sánchez Pascual
ed. Tusquets (1995)

sábado, 28 de noviembre de 2015

bandos









Restauraremos Artes Negras

el hechizo que separa a los semejantes

les nubla la vista verán diferente

verán franjas verán bandos verán traidores

lo que antes no veían no podían no debían

abrerecelotuojoenloquecidodentrodecadacorazón

trazarán lineas fronteras territorios matarán

y quién podrá saber quién es quién y cuál es cuál ?



este es

veneno lento irrevocable una vez vertido

y quién podrá saber quién es quién y cuál es cuál ?



hacia atrás allí

entre banderas de torvo fervor

algo turbio los convoca

con palabras que ya nada significan



sóloloselegidosestamosllamadosaestagesta

piensan insomnes

y quién podrá saber quién es quién y cuál es cuál ?




















Ricardo Messina

viernes, 27 de noviembre de 2015

nacimiento






   Esa misma noche, en la otra orilla del río sagrado Jumna, Yashoda, la casta esposa del piadoso criador de vacas Nanda, había dado a luz a una niña. Y Vasudeva, el esposo de Devaki, movido por una inspiración divina, tomó a su hijo recién nacido, Krishna, y salió con él en la oscuridad de la noche. 
   Caía una fuerte lluvia, y la serpiente cósmica de múltiples cabezas seguía solícita al padre con su hijo, a quienes protegía cubriéndolos con sus muchas capuchas extendidas. Los guardias de las puertas de la ciudad habían sido encantados por la diosa del sueño visionario, por lo que el trío no tuvo problemas en llegar a la otra orilla del río Jumna, que a pesar de ser ancho y profundo, y abundante en peligrosos remolinos, aquietó sus aguas de modo que no sobrepasaran las rodillas de Vasudeva. Cuando éste llegó a la otra orilla, donde toda la tribu de criadores de vacas dormía profundamente bajo el encantamiento de Yoganidra, rápido y sin hacer ruido colocó a su hijo junto a Yashoda, tomó a su niña y volvió a su casa de la misma manera que había venido. Así, cuando la agraciada joven despertó, descubrió que le había sido dado un hijo mientras dormía, tan oscuro como las hojas negras de un loto, y se regocijó junto con su esposo. 
   Pero los guardias de la ciudad, al oír el llanto de un recién nacido en el palacio de la princesa Devaki, no tardaron en dar cuenta de ello a Kansa, su tirano gobernante, quien acudió inmediatamente y arrebató a la niña de los brazos de su madre. Y ante sus protestas la arrojó contra una roca..., donde, en vez de reventar, se irguió y creció hasta asumir la forma de una diosa de ocho brazos, en cada uno de los cuales blandía un arma: un arco, un tridente, un manojo de flechas, un escudo, una espada, una caracola, un disco y una maza. Mientras crecía, la diosa reía sin parar, con una risa terrible. «¿De qué te ha servido, oh Kansa», exclamo triunfante la visión, «arrojarme a mí contra el suelo? ¡El que ha de destruirte ya ha nacido!».
   Porque era la propia diosa Yoganidra, que ahora aparecía cubierta de joyas y guirnaldas, y exhalando exquisitos perfumes, la que había asumido este nacimiento para este fin; y mientras reía y reía –con un trasfondo de coros que entonaban himnos tanto del cielo como de la tierra–, desapareció en el aire.
   Alarmado y temblando, completamente fuera de sí, el rey volvió desesperado a su palacio y pronunció una orden terrible: que se buscara por toda la tierra a todo niño recién nacido.
   «Y que todo niño varón», ordenó, «en quien se aprecie algún signo extraordinario de vigor sea muerto.»








'La leyenda del nacimiento de Krishna', fragmento.
en "Imagen del Mito"
Joseph Campbell (1904-1987)
trad. Roberto R. Bravo
ed. Atalanta/El hilo de Ariadna (2012)


jueves, 26 de noviembre de 2015

el trovador vagabundo






   Nadie sabe de dónde vino Lan Ts'ai. Las leyendas dicen que siempre iba vestido con andrajos de colores, llevaba flores en el pelo y una vara de un metro de largo que utilizaba a modo de bastón. A veces se vestía de hombre, y a veces de mujer. Sólo utilizaba un zapato; el otro pie lo llevaba siempre descalzo. En verano, usaba ropas de algodón y de lana; en invierno, se tumbaba desnudo sobre el hielo y expulsaba aire caliente por la boca. 
   Ts'ai no tenía casa. Vagaba por pueblos y ciudades entreteniendo a la gente y nunca se quedaba en ninguna parte durante más de un mes. Sus lugares favoritos eran las posadas y tabernas, donde bebía y divertía a los parroquianos con canciones sobre la vida en el país de los inmortales. Pero el público favorito de Ts'ai-ho eran los niños y los viejos que se juntaban en las esquinas de la calle para oírle cantar.
    Cuando le daban algunas monedas por su actuación, Ts'ai-ho las ataba a una cuerda y las arrastraba tras de sí al caminar. No le preocupaba perder su dinero. Si le quedaba algo después de pagar la comida y la bebida, lo repartía entre los pobres. 
   Un día, mientras comía y bebía en la terraza de una posada, Lan Ts'ai-ho escuchó una música de caramillos y flautas. Cuando una grulla bajó volando del cielo y se posó sobre su mesa, supo que había llegado el momento de marcharse al reino inmortal. Saltó al lomo de la grulla, tiró al suelo su zapato y su faja y voló hacia el cielo. Cuando la gente en la calle trató de coger sus pertenencias, zapato y faja habían desaparecido.









Eva Wong
"Cuentos de los Inmortales Taoistas"
trad. María Tabuyo y Agustín López
ed. Paidós (2005)


miércoles, 25 de noviembre de 2015

temporalia XI






   Pues el tiempo cambia la condición del mundo entero, ya que a un estado sucede siempre otro por necesidad y ninguna cosa permanece idéntica a sí misma: todas cambian, a todas altera la Naturaleza y las fuerza a transformarse. Cuando una se hace polvo, languidece y se debilita con la edad, hay otra que crece en su lugar y sale del olvido. Así el tiempo muda el carácter del mundo entero, y la tierra pasa sucesivamente de un estado a otro; lo que pudo una vez, ahora le es imposible, y produce ahora lo que antes no podía.















Lucrecio  (94 a.C.-?, 53 a.C)
"De rerum natura"
(De la naturaleza - cap. V)
trad. Eduardo Valentí
ed. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (2001)


martes, 24 de noviembre de 2015

ruta








Todos duermen, abajo.
                                Arriba, alertas,
el timonel y yo.


Él, mirando la aguja, dueño de 
los cuerpos, con sus llaves
echadas. Yo, los ojos
en lo infinito, guiando
los tesoros abiertos de las almas.








'ruta'
Juan Ramón Jiménez (1881-1958)
en "Piedra y Cielo" 
ed. Losada (1968)


lunes, 23 de noviembre de 2015

de música bienamado







 Se trataba en primer lugar, de nuestra perplejidad ante afirmaciones como esta: "toda música, toda propuesta de índole musical, cualquier música oída es, a la vez que propuesta, signo de interrogación, interrogante, no otra cosa, ello sin hablar del más importante de los signos musicales –y nosotros, para nuestros adentros, no podíamos impedirnos agregar: de todos los tiempos–: la pausa, la pausa que es interrogación, invitación al vacío".

   "Y la nota musical como una palabra, palabra hasta sus últimas consecuencias. ¿Quién se ha detenido alguna vez, no sin una sensación de vértigo, a averiguar por el sentido real de una palabra?, ¿alguien se preguntó alguna vez por lo que hay en el fondo de una palabra?"








Arnaldo Calveyra (1929-2015)
fragmento de "A un profesor de música bienamado"
en "El caballo blanco de Mozart"
ed. La Bestia Equilátera (2010)


domingo, 22 de noviembre de 2015

a un profesor








Ni bien entraba en el aula ya estaba sentado frente a nosotros. Nuestro silencio lo había estado aguardando desde antes que traspusiera la puerta en espera de su palabra que tanto se parecía a una reseña del mundo, a noticias frescas que recibíamos entusiasmados, ¡tan diferentes, tanto más entretenidas y originales que las que nos traían los profesores de las otras materias!

   Resultaba curioso, pero hasta nuestros compañeros más conversadores, intrigados por ese hombre, postergaban sus ocurrencias para otra ocasión.

   Ya sentado empezaba sin tardar a explicarnos (es la palabra que empleaba) la música. Ese era su oficio: explicar la música como una trama compleja de eventos, acontecimientos más o menos claros cuando no ineluctablemente oscuros. Por arrojar una lumbre en las paredes de esa oscuridad, en un envión inesperado abandonaba su asiento y ya de pie frente a nosotros, seguía tratando de explicarse.

   Según él, la música no conocía comienzo, y "aun de tenerlo y si un buen día tuviéramos que hundirnos una vez más en el caos, seguirá (no, no es que morirá para mas tarde resucitar, no), su propuesta seguirá para, acaso una vez más, irlo convenciendo, irlo llevando a un orden temperado".

   Oscuramente, desde nuestros asientos, íbamos reconociendo el maná que ese hombre gris –gris entre paredes grises, hombre sin dejo particular, sin énfasis especial, sin latiguillos ni esquemas de frases preparadas de antemano para tratar de convencer– dejaba caer sobre nuestras cabezas. Acaso barruntáramos la marca de un velo espléndido, nube multicolor que se echaba sobre nosotros. 

   Necesitaba ponerse de pie para decirnos esas cosas.


  









Arnaldo Calveyra (1929-2015)
fragmento de "A un profesor de música bienamado"
en "El caballo blanco de Mozart"
ed. La Bestia Equilátera (2010)

sábado, 21 de noviembre de 2015

las aguas






Chalchiuhtlicue: la diosa del agua terrenal, de aquello que fluye, corre, se derrama hacia adelante y hacia abajo, llegando siempre a niveles más profundos. Chalchiuhtlicue hincha los frutos y las flores únicamente para que decaigan. Chalchiuhtlicue llena la jarra de pulque para que el hombre olvide. Chalchiuhtlicue, corriente que desciende en el curso de los ríos, corriente que fluye en el curso del tiempo, llevando a los hombres, los desechos y los implementos de guerra, inermes, a su fin inevitable.

Tláloc: el dios del agua celestial, dios del vapor que se eleva desde la tierra calentada por el Sol después de la lluvia, dios de la niebla que se eleva en los valles al amanecer. Tláloc: dios del agua que retorna a su fuente, de las nubes que sobrenadan por encima de los picos más altos, del húmedo incienso en el que se elevan las plegarias del copal y de los sacrificios, Tláloc: retorno del vapor que pugna por elevarse; es el retorno del tiempo que pugna por volver hacia atrás. Tláloc: dios de la lucha contra la corriente, por quien el héroe combate contra los torrentes, hacia su propio origen y principio, hacia las alas de su alma, las alas que Tláloc esconde en su pasado.











"La pirámide de fuego"
cap. VIII 
ed. Sol - Mexico


viernes, 20 de noviembre de 2015

lelong







Kukus, gunung, kukus arum
Humo de montaña, humo perfumado

kesar-kesir, Sanghyang Deling
arriba y abajo las hadas

kindang dongkelang, lilak-liluk
como un ciervo, delante-detrás

ngelong titi, ngelong tanggeluk,
un ciervo con cuernos, como una luna sobre la cabeza,

deliman beten temen,
se detienen debajo de un árbol,

ngeres tandun ngeres pipi,
restregando las espaldas, restregando las mejillas,

medimané ngangsan deman.
contentos por acariciarse.

Kabijar-kebijur, gending muruk kadévaten;
Ligero halo, la canción sube al cielo;

meriki tedun ngelelénté,
viene aquí, viene soplando hacia abajo,

lilit linting mengelingling,
con un movimiento sinuoso, con un murmullo,

bangkiangé ramping, djaring guling.
apretadas sus cinturitas, enrollada la red.







poema del teatro/trance/danza de las lelong
(las ninfas o hadas celestes) Bali
en "Auras -culturas, lugares y ritos-"
Elémire Zolla (1926-2002)
trad. Valentí Gomez
ed. Paidós (1994)

jueves, 19 de noviembre de 2015

la gaviota






La gaviota hembra, con su pico, grita cuando ve los nubarrones negros levantarse.
La gaviota grita en la estación de las lluvias. Piensa ya en hacer su nido.
Planeando, piensa en su casa en la isla de Bremer.
Se zambulle, cortando el agua, aventando espuma.
Sus ojos ven de noche. Se sacude y queda seca.

















La gaviota
Poesía oral de Arnhem (Australia)
en "Antología de poesía primitiva"
selección de Ernesto Cardenal
ed. Alianza (1979)

miércoles, 18 de noviembre de 2015

la aventura humana







El primer sueño

   Nkolle había acabado de construir su casa. Su mujer hizo fuego en el interior, su mujer trajo leña. Llegó la noche. Nkolle se quitó elde piel de animal que llevaba detrás. Nkolle lo extendió en el suelo, en su casa, junto al fuego. Su de piel de animal serviría de lecho a su mujer. Nkolle se quitó el de piel de animal que llevaba delante. Nkolle lo extendió entre el lecho de su mujer y el muro, en el suelo de la casa. El de piel de animal le serviría de lecho. Nkolle se acostó y se durmió. Por la mañana, el gallo cantó. Como estaba cansado, siguió durmiendo. La mujer salió. Tomó un baño. Volvió a la casa. Y dijo a Nkolle: «¿Por qué duermes todavía?» Nkolle respondió: «Estoy cansado por lo que he hecho contigo». Pero la mañana estaba allí. Los hombres se fueron a la caza. Poco después, los hombres volvieron de la caza con el botín. Las mujeres asaron la carne del botín.
   La mujer dijo a Nkolle: «Cuando el sol se pone, las gallinas entran en el gallinero. Durante la noche, debemos hacer dos veces eso que hicimos al final de la pasada». Eso es lo que dijo la mujer. Hicieron lo que dijo la mujer. La mujer era muy bonita. La mujer era muy hermosa.
   Pero sólo Nkolle y su mujer hacían lo que habían decidido hacer. Las demás mujeres y los hombres tan sólo dormían. No aprovechaban sus noches. 



El primer niño

   La mujer de Nkolle se hizo más robusta. Los senos de la mujer de Nkolle se hinchaban. Los hombres se preguntaban: «¿Qué va a ocurrir?» Las mujeres se preguntaban «¿Qué va a ocurrir?».
   Nkolle reunió a todos los hombres en su casa y dijo: «Nosotros los hombres somos diferentes de esos seres con bolsas». Los hombres reunidos en la casa de Nkolle respondieron: «¡Eso es la evidencia misma!». Nkolle dijo: «Acercaos a vuestra mujer por la noche y veréis que otro ser saldrá de vuestra mujer».
   Uno de los hombres reunidos en la casa de Nkolle, para ser instruido en eso, se fue con su mujer. Volvió a la casa de Nkolle en la que todos los hombres estaban reunidos para ser instruidos en eso. El hombre exclamó: «¡Eso está muy bueno!».
   Nkolle instruyó a los hombres en aquello. Los hombres se fueron con sus mujeres. Los hombres dijeron a sus mujeres: «¿Por qué no nos lo habéis dicho antes?» Las mujeres respondieron: «¡Y bien! ¿No sois vosotros hombres?».
   La mujer de Nkolle no estuvo encinta más que un mes. Después, dio a luz a un hijo.
   La aldea era floreciente. Las mujeres tenían buena salud. Tenían todo lo necesario para la alimentación de todos. La salud era buena. 











dos relatos pertenecientes al ciclo
'Nkolle o la aventura humana'
del Kasai (Congo)
en "Leyendas Africanas"
de Tchicaya U Tam'Si
(sobre material de Leo Frobenius)
trad. Fermín Guisado
ed. Olañeta (1998)


martes, 17 de noviembre de 2015

la vista





   Sobre un fondo rojo bermellón como el color de la sangre reseca, hay una mujer joven sentada en una isla circular, de tono más oscuro, sembrada de flores y animales. A su derecha está el león, que no la mira y que sujeta entre las garras de sus patas delanteras el estandarte azul con el emblema de la familia Le Viste: tres lunas crecientes de plata sobre un fondo del mismo rojo mortecino. El blanco unicornio reposa sus pezuñas sobre el regazo de la mujer. Ella sujeta un espejo delante de él en el que nosotros vemos reflejado al animal, que sin embargo no se ve a sí mismo. A la mujer se le ha subido un poco el vestido, descubriendo así su faldón interior cuyo pesado tejido cae en pliegues azules sobre sus pies invisibles. La mirada de la mujer no se dirige al animal ni a nosotros, es una mirada interior, melancólica, que mira sin ver nada. Si fijo la vista en las pezuñas tendidas sobre el regazo de la dama, excluyendo todo lo demás de mi campo de visión, parece que estuviera frente a un hueco oscuro. El animal tampoco la mira a ella. Tiene los ojos muy abiertos y una expresión de beatitud. El unicornio se ha rendido. En esta escena, su misterioso cuerno solitario no se asocia con un arma brutal.
















"La dama y el unicornio"
Cees Nooteboom
en "El enigma de la luz"
trad. Isabel-Clara Lorda Vidal
ed. Debolsillo/Siruela (2009)


lunes, 16 de noviembre de 2015

cuerpos celestes







   En una mirada al cielo egipcio, los sacerdotes astrónomos reconocerían varios tipos de cuerpos celestes:  el Sol (rc), la Luna (ic), y tres grupos de estrellas: las circumpolares o indestructibles (iḫmw-sk), las no circumpolares o capaces de reposar (iḫmw-wr) y los planetas o estrellas errantes (gnmw ?).

















en "Astronomía y Matemáticas en el Antiguo Egipto"
Ángel Sánchez Rodríguez
ed. Aldebarán (2000)





domingo, 15 de noviembre de 2015

hojaldres








 luz rosada frescor viento en rambla trae



tibios crujientes hojaldres de queso saboreados






















Ricardo Messina
inédito (Montevideo)

sábado, 14 de noviembre de 2015

rayos y truenos







   Por consiguiente, tampoco me atrevería a negar que sobre las nubes pueden incidir los fuegos de los astros, como los que vemos a menudo en cielo despejado. Es verdad que con su impacto golpean las capas de aire, puesto que también silban las jabalinas al vibrar; pero cuando llegan a una nube, originan un vapor que produce un ruido estridente, como el hierro candente metido en el agua, y exhalan un vórtice de humo. A partir de ahí se desencadenan las tormentas y, si en la nube se produce un choque de soplos de aire o de calor, se originan los truenos; si al arder se quiebra, los rayos y si resiste durante un trecho más largo, los relámpagos. Éstos hienden la nube, aquéllos la quiebran y los truenos son los golpes de los impactos del fuego; por eso enseguida brillan unas grietas ígneas en las nubes.
   Puede también producir trueno el vaho que se desprende de la tierra, ya que los astros lo repelen, lo hacen descender y lo encierran en una nube, ahogando la naturaleza el sonido mientras ofrece resistencia y prorrumpiendo el estruendo cuando explota, como una vejiga hinchada de aire. También puede inflamarse ese aire, cualquiera que sea su naturaleza, por efecto del roce cuando va a precipitarse.  Y también puede estallar por un choque de nubes, como de dos piedras, que es cuando los relámpagos sueltan chispas. Pero todos estos fenómenos son fortuitos, y por eso hay rayos inmotivados e infundados, que carecen de una ley natural; por ellos se ven sacudidos los montes y también por ellos los mares, siendo todos impactos sin efecto. En cambio, el otro tipo de rayos, que son los proféticos, caen de lo alto, por causas preestablecidas y, además, desde sus respectivos astros. 














Plinio el Viejo (23/24-79 d.C.)
"Historia Natural" Libro II
trad. Antonio Fontán, Ana Mª Moure Casas 
e Ignacio García Arribas.
ed. Gredos/RBA (2007)


viernes, 13 de noviembre de 2015

hogar










–Trabaja, nacerá una ciudad
Donde cada morada será tu morada.








–Travaille, une ville naîtra
Où chaque logis sera ton logis.
















René Char (1907-1988)
l'habitant
en "Común presencia"
trad. Alicia Bleiberg
ed. Alianza (2007)

jueves, 12 de noviembre de 2015

crecimiento







   Así como la araña saca de sí misma su hilo y lo toma de nuevo; así como la hierba crece en la tierra y los cabellos en un hombre vivo, así también crece el universo desde lo Imperecedero.




















Bṛhadãráṇyaka-Upániṣad  5. 1.
en "Filosofías de la India"
Heinrich Zimmer (1890-1943)
trad. J.A. Vázquez
ed. Eudeba (1965)

miércoles, 11 de noviembre de 2015

regreso






Esta tierra regresará al océano primordial, al infinito que fue su primer estado.

El principio creador permanecerá con Osiris tras haberse transformado en otra serpiente que los hombres no conocen y los dioses no ven.



















Libro de salir a la luz , cap. 175
en "La sabiduría viva del antiguo Egipto"
Christian Jacq
trad. Manuel Serrat Crespo
ed. Planeta (1999)

martes, 10 de noviembre de 2015

seres llamados chu






   Los chu habitan por la zona que hay entre el río Amarillo y el Han. Descienden del jefe Bing, el patriarca de las tribus Miao del remoto reino de Shu, y son hombres, hombres que saben transformarse en tigres; de ahí que los lugareños de la subprefectura de Donggao, perteneciente a la prefectura llamada Salvajes, fabriquen grandes jaulas de madera para capturarlos. 
   En una ocasión en que una de estas trampas saltó, al llegar el alba e ir en grupo, pertrechados de estacas, a ver qué había caído, lo que hallaron en medio de la jaula fue un guardián del orden bien sentado, con su birrete granate y su gran sombrero.
   –¿Qué está haciendo ahí metido su señoría? –le preguntaron.
   –¿Que qué estoy haciendo aquí metido? –respondió airado–. Ayer noche me llamaron por un caso urgente y, como estaba lloviendo, me vine aquí creyendo que podría asubiarme, pero está claro que fue un error. ¡Vamos, a qué están esperando para dejarme salir!
   –Sí..., pero..., si andaba su señoría de servicio, alguna orden oficial habrá, ¿verdad?
   El guardián del orden les alcanzó un documento que llevaba bien guardado en un bolsillo interior, lo dejaron salir y, en cuanto levantaron la vista del documento, lo vieron ya tigre huyendo monte adentro.
   No obstante, otra alusión a los chu existente en cierto libro sostiene que no son hombres sino tigres, «tigres que saben metamorfosearse en hombres, que sienten preferencia por la ropa de color malva y que carecen de talón». Según dicha obra, «todo tigre con cinco dedos es un chu sin excepción».










Gan Bao (¿?-336)
'seres llamados chu'
en "Cuentos extraordinarios de la China medieval
-Antología del Soushenji"
trad. Yao Ning y Gabriel García-Noblejas
ed. Lengua de Trapo/Oceano (2000)