"Ese verano fui testigo, en Alexandropol, de otro acontecimiento que no pude explicarme en absoluto.
Frente a la casa de mi tío había un terreno baldío, en medio del cual se levantaba un bosquecillo de álamos. Me gustaba el lugar e iba a menudo a sentarme allí con un libro o un trabajo cualquiera. Siempre veía jugar allí pilluelos que venían de todos los barrios circundantes. formaban una horda heteróclita y abigarrada: había Armenios, Griegos, Kurdos, Tártaros que hacían una algarabía increíble; pero eso nunca me impedía trabajar.
Ese día, estaba sentado bajo los álamos, con un trabajo que me había encargado un vecino. Se trataba de dibujar sobre un escudo, que quería colgar al día siguiente sobre la puerta de su casa con motivo del matrimonio de su sobrina, las iniciales entrelazadas de los jóvenes esposos. Además de las iniciales tenía que inscribir en el escudo el día y el año.
Ciertas impresiones fuertes se graban profundamente en la memoria. Todavía recuerdo cuánto me costaba disponer lo mejor posible las cifras del año 1888.
Estaba sumergido en mi trabajo cuando de repente resonó un grito espantoso. Salté sobre mis pies, convencido de que a alguno de los niños le había ocurrido un accidente.
Corrí, y vi el cuadro siguiente:
En el centro de un círculo trazado en el suelo, un niño sollozaba haciendo extraños movimientos, mientras los demás se mantenían a cierta distancia, se reían y se burlaban de él.
Como no comprendía nada, pregunté que pasaba. Me dijeron que el niño pertenecía a la secta de los yezidas, que habían trazado un círculo alrededor de él y que no podría salir de allí mientras no lo borraran.
El niño intentaba verdaderamente con todas sus fuerzas salir del círculo encantado, pero por más que se debatía, no podía lograrlo.
Corrí hacia él y borré rápidamente una parte del círculo. Inmediatamente el chiquillo brincó y huyó a pierna suelta.
Estaba tan aturdido que me quedé helado en el sitio, en la misma posición, como hechizado, hasta que al fin recobré mi capacidad normal de pensar.
Ya había oído hablar de los yezidas, pero mi pensamiento nunca se había detenido en eso. El suceso que acababa de desarrollarse ante mis ojos, y que tanto me había sorprendido, me forzaba ahora a reflexionar seriamente en ello.
Miré alrededor de mí y vi que los muchachos habían vuelto a sus juegos. Regresé a mi lugar, lleno de pensamientos, y me puse otra vez a dibujar las iniciales. El trabajo ya no marchaba nada bien, y sin embargo tenía que terminarlo a toda costa. (...)"
de 'Bogatchevsky' (fragmento)
en "Encuentros con hombres notables"
G. I. Gurdjieff
trad. Nathalie de Etievan - Cástor S. Goa
ed. Hachette (1982)