(...) Esas negras nubes no cubrirán para siempre el espacio, los gloriosos rayos del sol iluminarán otra vez la tierra.
Existen seres sabios que han de conocer los medios de vencer la oscuridad.
En las ciudades y en los lugares rocosos viven cuervos de negro plumaje que pronuncian oráculos con sus diversos graznidos que es preciso interpretar.
Si consulto a uno de ellos, tal vez me dé un buen consejo.
Bajo las cornisas y los tejados de los altos edificios moran las numerosas tribus de los parlanchines gorriones. ¿Acaso no serán capaces de celebrar algún rito útil en nuestro beneficio?
En los pozos, en los pantanos y en otros lugares húmedos moran las ranas de poderosa voz. Se dice de ellas que son las embajadoras de las deidades serpientes. Si les suplico humildemente, no cabe duda que aceptarán ayudarme.
En las grietas de las rocas, en los árboles huecos, moran serpientes que causan terror. Se dice de ellas que son formas que encarnan el maléfico genio de las Aguas. Si imploramos su protección, tal vez aparten las nubes.
En las madrigueras, en lo alto de las montañas, moran las marmotas ascetas que se pasan la vida sumergidas en la meditación. Se dice que llegaron a las más sublimes honduras del ting gne dzin. Si quisieran, podrían por la fuerza de su concentración de pensamiento actuar sobre las nubes y disiparlas.
En la cima de los árboles, entre el tupido follaje, están posados los cuclillos, suaves cantores con plumaje de esmeralda. Son ellos, según se cree, quienes convocan las nubes cargadas de lluvia, y si los gano con presentes, podrían expulsar las nubes.
En las agradables llanuras feraces del Norte erran los kyangs, de blanca boca, a quienes los Dioses confían sus mensajes. Se dice que poseen la piedra preciosa que atrae los rayos del sol. Si la solicitamos, podrán levantar la quijada y lanzar gritos de auxilio.
En todos los lugares, ocultas en refugios que construyeron, moran, al acecho, las matadoras de nueve miembros, consideradas como encarnaciones de los Espíritus maléficos. Si las consultamos, tal vez inventen el medio de apartar el peligro.
Cerniéndose en lo alto del cielo y posándose en las cimas de las montañas, lanza sus agudos gritos el águila de poderosas alas, y si le rogamos, tal vez se digne ejercer en nuestro favor su irresistible poder.
No puede haber desdicha que no tenga remedio.
No puede haber poder funesto que no se pueda vencer.
Si hay voluntad, crea los medios de actuar.
La mía fue vencida, empero se vuelve a levantar.
de 'La novela del bosquecillo de lotos' (fragmento)
en "Textos tibetanos inéditos"
Alexandra David-Neel
trad. Gabriela de Civiny
ed. Kier (1987)