Los setenta dioses se precipitaron al mar
(...)
mientras la diorita mantenía su cuerpo intacto
e incluso crecía más.
Conmovió el cielo
y sacudió la tierra.
Empujó el cielo hacia arriba como un vestido vacío.
La diorita seguía creciendo (...)
Ante (...) su altura era de mil novecientas leguas,
su anchura era de (...) leguas.
La diorita se alza abajo, sobre la tierra,
la diorita se va alzando como una torre
y llega a los aposentos, al templo.
Tiene ya la diorita una altura de nueve mil leguas
y su anchura es de nueve mil hanegadas.
Se colocó sobre la puerta de Kummiya como un (...)
La diorita se alzaba sobre Hebat y el templo
y ya Hebat no podía oír noticias de los dioses,
no podía ver con sus ojos a Tesub y Suwaliyatta.
Hebat comenzó a decirle estas palabras a Takiti:
–No puedo oír las importantes palabras de Tesub,
no puedo oír las noticias de Suwaliyatta y de los dioses todos.
¿Acaso ése del que hablan, Ullikummi, la diorita,
venció a mi esposo, el poderoso Tesub?
Hebat comenzó a decirle a su vez a Takiti:
–Oye mis palabras.
Toma un cayado en la mano,
en tus pies, como zapatos, cálzate los raudos vientos,
apresúrate, ve.
¿Acaso mató la diorita a mi esposo,
a Tesub, el poderoso rey?
Dame noticia de ello.
de 'El canto de Ullikummi' (fragmento)
en "Textos literarios hetitas"
Anónimo
trad. Alberto Bernabé
ed. Nacional (1979)