Cuando el gran Rabbi Israel Baal Shem-Tov veía que la desgracia amenazaba a los judíos, era su costumbre dirigirse a cierta parte del bosque a meditar. Allí él encendía un fuego, decía una plegaria especial, y el milagro se realizaba: la desgracia era apartada. Más adelante, cuando su discípulo, el celebrado Magid de Mezritch, encontrándose, por la misma razon, en necesidad de interceder con el cielo, se dirigía al mismo lugar en el bosque y decía: "¡Maestro del Universo, escucha! No sé cómo encender el fuego, pero todavía soy capaz de decir la plegaria," y una vez más el milagro era realizado. Todavía más adelante, Rabbi Moshe-Leib de Sasov, para salvar a su gente nuevamente, iba al bosque y decía: "No sé cómo encender el fuego, no conozco la plegaria, pero conozco el lugar, y esto debe bastar." Eso bastaba, y el milagro se realizaba. Entonces le llegó el turno a Rabbi Israel de Rizhyn de sortear la desgracia. Sentado en su silla, la cabeza entre sus manos, le habló a Dios: "Soy incapaz de encender el fuego y no conozco la plegaria; ni siquiera puedo encontrar el lugar en el bosque. Todo lo que puedo hacer es contar la historia, y esto debe bastar." Y bastaba.
Dios hizo al hombre porque ama las historias.
Elie Wiesel
en "Prayer & Meditation"
Parabola (summer 1999)
versión: Ricardo Messina