Desde siempre se ha dicho que el Río de Plata comunica con el mar.
Hace no mucho tiempo hubo un hombre que vivía en una isla y que veía llegar, sin falta, una chalupa flotando en el mes octavo de cada año. Intrigado, construyó un toldo en ella, la cargó de vituallas, se embarcó y zarpó. La primera decena de días aún fue viendo la luna, el sol y las estrellas, pero luego entró en una ofuscación que no le permitía distinguir si era de día o de noche; al cabo de otra decena de días así, llegó súbitamente a un lugar donde había murallas y grandiosos edificios y, en la lejanía, un palacio y mujeres tejiendo dentro. Vio a un hombre trayendo un buey a beber.
–¿Cómo es que arriba por estos parajes? –le preguntó el del buey.
El de la chalupa se lo explicó, y luego le preguntó cómo se llamaba aquel lugar al que había arribado.
–Lo sabrá cuando regrese al pasar por el reino de Shu y hable con el adivino Yan Junpin; él se lo dirá.
No desembarcó, pues, sino que inició su regreso, tal como estaba previsto. Llegó a Shu y fue a preguntar a Yan Junpin.
–Tal día de tal mes de tal año –le dijo éste– apareció una nueva estrella en la constelación de Altair.
Hizo cálculos el hombre de la chalupa y vio que la fecha que le daba el adivino coincidía con la de su llegada a aquel lugar desconocido: había subido a la Vía Láctea.
Zhang Hua
de 'Relación de las cosas del mundo' (10.12)
citado en "Mitología clásica china"
trad. Gabriel García-Noblejas Sánchez-Cendal
ed. Trotta (2004)