Había un hombre en la isla que pescaba para matarse el hambre y que se jugaba la vida para salir al mar entre cuatro tablas. Aunque tenía mucho trabajo, era de alegre corazón y las gaviotas lo oían reír cuando lo salpicaba la espuma. Y aunque su saber era poco, era un hombre animoso, y cuando un pez mordía el anzuelo en medio del mar, él bendecía a Dios sin pesar la pesca. Era muy pobre de bienes y muy feo de cara, y no tenía mujer.
En época de pesca, el hombre se despertó en su casa cuando promediaba la tarde. El fuego estaba ardiendo y subía el humo y bajaba el sol por la chimenea. Y el hombre vio la imagen de alguien que se calentaba las manos sobre las rojas brasas.
–Te saludo en nombre de Dios –dijo el hombre.
–Te saludo, pero no en nombre de Dios –dijo el que se calentaba las manos–, porque nada tengo que ver con Él. Pero tampoco en nombre del Infierno, porque nada tengo que ver con el Infierno. Soy una cosa sin sangre, menos que el viento y más leve que un ruido, y el viento me atraviesa como si yo fuera una red, y un ruido puede romperme y me sacude el frío.
–Dime la verdad –dijo el hombre–. Quiero saber cómo te llamas y quién eres.
–No se sabe aún cómo me llamo, ni tampoco quién soy –dijo el otro–. Porque soy parte de un hombre y he sido parte de tus padres, y salí a pescar y a guerrear con ellos en los días de antaño. Mi tiempo no ha llegado y espero hasta que tengas una mujer, y yo estaré en tu hijo y seré una buena parte de él. Me regocijaré como un hombre, lanzando al mar la nave, y regiré el timón, y seré un hombre fuerte cuando se estreche el círculo y empiece la batalla.
–Es una maravilla lo que oigo –dijo el hombre–, y si en verdad serás mi hijo, mucho me temo que te vaya mal, porque soy muy pobre de bienes y muy feo de cara, y no conseguiré una mujer, aunque viva hasta la edad de las águilas.
–Padre, he venido a remediar esos males –dijo la Pobre Cosa–. Iremos esta noche a la islita de las ovejas, donde nuestros padres yacen en el sepulcro, y mañana, al Castillo del Conde, y hallarás ahí una mujer para que yo sea.
Robert Louis Stevenson (1859-1894)
'La pobre cosa' (fragmento)
en "Fábulas"
trad. Roberto Alifano y Jorge Luis Borges
ed. Legasa (1983)