jueves, 30 de octubre de 2014

sonora V











   Y entonces la radiante sombra de lo implausible arrojó su hechizo transformador a través de la mañana.
   De ninguna parte, o del pálido cielo azul, o del frío corazón del blanco sol frágil, surgió una voz elevada en canto: una voz humana, la voz de una mujer, una hermosa voz. Una voz que podría creérsela capaz de atraer a la primavera prematuramente. Una voz como para apresurar a todas las florecillas a salir de la nieve a secarse los pétalos. Una voz como para que los alerces se estremezcan de placer y tiendan sus ramas como niños ansiosos por bailar. Toda la revivificación, toda la renovación era lo que esa voz prometía.
   Una voz de soprano con acompañamiento de pianoforte.
   Los pájaros se agitaron y se elevaron en el aire brillante en busca de la fuente de la música. Los movimientos de los pequeños mamíferos y los roedores hicieron crujir las malezas; también ellos se dirigían sedientos a beber en la milagrosa fuente de la canción. Aun los renos, sobre sus cascos como raquetas para andar sobre la nieve, apresuraron el paso.
   Pero aunque la fauna y la flora del bosque siberiano respondían como las del bosque tracio respondieron otrora a la música de Orfeo, los habitantes humanos del bosque no reaccionaron ante las resonancias míticas, pues éstas no despertaban ecos en su propia mitología. Esta música no tenía encantamientos para ellos, ni apaciguaba sus pechos salvajes en absoluto; apenas reconocían el lied de Schubert como música, porque tenía muy poco en común con las escalas y los modos de la música que ellos mismos, por la infrecuente solicitud de los espíritus, hacían con tambores de piel, flautas de fémures de alce y xilofones de piedra. En cuanto al canto, preferían la aspereza de una lija en la voz; los melosos tonos de la joven soprano no sabían en sus paladares como miel. La magia de la canción era magia extranjera y no los encantaba. Sin embargo, los intrigaba, aun los excitaba; también ellos avanzaron hacia su fuente, preguntándose cómo sería la cacofonía de estos dioses intrusos que se había deslizado por la frontera que separa lo visible de lo invisible en este solsticio que brillaba fuera de estación. La reflexión surcaba todas las frentes, hacía apretar con firmeza todos los labios.














de 'Noches en el Circo'
Angela Carter (1940-1992)
trad. de Carlos Peralta y F.A.
ed. Minotauro (1994)






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