viernes, 26 de agosto de 2016

la tentativa






   Cuando Paulus apagaba la luz, nos poníamos a charlar en voz muy baja por encima del pasillo de apenas dos palmos de ancho que separaba nuestras camas y así no tardé en convertirme en el confidente de las intimidades que le desasosegaban. En sus historias desempeñaba un papel crucial una muchacha llamada Estefanía (...) La relación se cortó porque Estefanía lo había dejado plantado y se había ido a bailar con otro. Franzl me pintó la escena con todo lujo de detalles, cómo, ávido de venganza, se había emborrachado para infundirse coraje, abajo en la sala de baile, mientras desde arriba, donde Estefanía bailaba con su rival, las alegres melodías de los valses le llegaban como un disco rayado cada vez más atormentador. Por fin, a medianoche, justo cuando a las damas les tocaba elegir compañero de baile, había irrumpido en la pista con un revolver cargado y había comenzado a disparar de modo tan indiscriminado que los clientes saltaron por las ventanas y la orquesta se escondió bajo el tablado. Luego, antes de que apareciera la policía, huyó, siguió bebiendo en antros de mala muerte y al final abandonó el país de forma clandestina por los Alpes.
   Aunque Franzl había cometido un grave delito con ese acto, no parecía arrepentido. Por el contrario, solía recrearse en los pormenores con una escrupulosidad como la que cabe observar en otros estratos de la sociedad cuando describen lances de honor. Los enamorados poseen un reino privado, donde son reyes y jueces. Por lo demás, como le había escrito posteriormente un compañero de trabajo, su tiroteo no había herido a nadie de puro milagro, salvo a una persona ajena al asunto que se había roto las piernas al saltar por la ventana.
   Aquí, en Bel-Abbés, se había sumido en una negra melancolía; sin duda añoraba aquel elemento designado desde antaño como el aire de Viena. Esa melancolía, que lo consumía como un acceso de fiebre, se había atemperado tras una crisis aguda. Una noche se había deslizado al desván con paso furtivo, como un sonámbulo, sin olvidar una de las sogas que se emplean para limpiar los fusiles, y tras tantear el techo escogió una viga recia. Luego se sentó sobre un montón de piezas de uniforme para meditar un poco antes de ahorcarse, y se quedó dormido con la soga en la mano. Cuando despertó de nuevo, sintió que se había apaciguado el doloroso y compulsivo deseo de matarse; al mismo tiempo, se encontraba un poco mejor de ánimo.
   Yo escuchaba con gran atención cómo describía ese episodio, pues sabía bien que muy raras veces el ser humano desvela a otros los sentimientos que, durante varios minutos, le bullen por dentro con gran intensidad. Estoy por creer que el suicidio sólo puede consumarse con éxito cuando los astros forman una constelación fatal, y su tentativa posee, para el ser humano, un significado distinto, de carácter simbólico. Representa uno de los remedios extremos; así como hay animales que, ya casi apresados por un ave rapaz, se liberan al desprenderse de una parte de su cuerpo, de modo análogo el ser humano se desembaraza en este caso de una parte de su existencia anímica, en especial del pasado.










Ernst Jünger (1895-1998)
fragmento de "Juegos africanos"
trad. Enrique Ocaña
ed. Tusquets (2004) 


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